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El mecanismo de la asamblea constituyente fue inventado por los eventos políticos ocurridos en Francia, entre el 5 de mayo de 1789 y el golpe de Estado del 10 de noviembre de 1799, que llevó a Napoleón Bonaparte al poder. 

Los historiadores suelen hacer culto a la Revolución Francesa. Así fue inmortalizada aquella serie de violentos sucesos. No es para menos. Desde la abolición del feudalismo, de la esclavitud, de los privilegios nobiliarios, con la declaración universal de los derechos del hombre y muchos otros cambios, aquellos acontecimientos removieron los cimientos de los regímenes de todos los reinos europeos de la época.

Pero fue una convulsa década. Costosa en vidas. Fueron años extremadamente sangrientos, en una ola masiva de violencia sin precedentes. Como la violencia y la paralización de la economía van de la mano, las hambrunas se sumaron a la incalculable mortandad. 

No sólo por los más de 18 mil guillotinados, durante la época del Terror. Tampoco por los 150 mil a medio millón de muertos en la “Guerra de Vendée”. Se agregaron las incontables víctimas dentro y fuera de Francia. Porque aquella convención constituyente detonó una desastrosa guerra civil y una guerra internacional de múltiples frentes.

Aquel desastre constituyente culminó en regímenes peores de los que suponía superar. 

Aun así, la idea de los cambios revolucionarios animó experiencias autodenominadas revolucionarias. Todas ellas, debe haber excepciones, acabaron en rotundos fracasos. En regímenes inhumanos, mucho peores de los que justificaron la revolución.

Toda esa nefasta experiencia histórica es olvidada por las clases políticas de la actualidad. El reciente caso chileno es una plena muestra de esa sospechosa ignorancia del pasado.

Tras la ola de irracionales y destructivas protestas de 2019, los políticos chilenos optaron por convocar una constituyente. 

Prometía sustituir la constitución “pinochetista” de 1980, de 110 artículos, reformada sucesivamente, mediante 50 enmiendas.

Desde los sucesos violentos de 2019 hasta el reciente plebiscito del domingo 4 de septiembre, la nación chilena ha sufrido una fuerte recesión en su economía, sumergida en la incertidumbre del proceso constituyente.

Los encendidos debates rayaban en lo absurdo. El resultado fue un texto de más de 400 artículos, inentendible, inviable y disparatado. Fueron tres años de despilfarro de recursos y tiempo.

Por fortuna, ocurrió el inusual milagro de la sensatez colectiva y el inefable bodrio fue rechazado por abrumadora mayoría.

Pero la estupidez no tiene límites. El presidente chileno ha decidido insistir en imponerla. Seguir la farsa de hacer creer que basta con una constitución para sustituir a la realidad.

@herreraleonber

 

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