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Arrancamos muy temprano rumbo a San Fernando de Apure, por donde comenzaría nuestro recorrido. Queríamos visitar a aquellos conciudadanos que, desde los lugares más recónditos de Venezuela, alzan incansables su voz por la libertad de nuestro país, superando muchas dificultades, la mayoría de las veces muy duras y personales. Queríamos transmitirles que sabemos que están allí, que no han dejado de luchar y que contamos con ellos para seguir avanzando hacia la libertad.

La conversación con el conductor del carro por puesto que nos llevaría de Aragua a Apure, arrancó en torno a los diferentes aspectos de la crisis venezolana. La escasez de gasolina, el primer tema. Las peripecias que tienen que hacer los trabajadores del volante para seguir haciendo su trabajo. Aunque, es menester mencionar que en esta zona del país la escasez de combustible no ha sido tan brutal como lo es en Oriente, los Andes, o el Zulia. En ese contexto, hablamos del repuesto de mi carro, que lleva tres años en el taller. “¿Todavía no lo ha conseguido?, mire señora, le recomiendo que si tiene tiempo y los churupitos, se monte en un autobús de los que salen de Cagua y se vaya a Cúcuta, allí seguro lo consigue en un momentico y muchísimo más barato de lo que le van a pedir aquí”.  De allí pasó a explicarme su nuevo modo de abastecer de suministros básicos a su familia.

Raúl se monta cada dos meses, o quizá un poco más, en un bus a Cúcuta. Con menos de $200 abastece a su familia con una holgada cantidad de los productos básicos de alimentación y de higiene para los siguientes dos meses. Nuestra siguiente hora de camino fue explicando la comparación de marcas, presentaciones y precios entre Cúcuta y cualquier bodega o buhonero en nuestros pueblos. “No señora, yo más nunca le compro a los comerciantes de aquí, nos están matando, nos están desangrando”, y entonces me tocó explicarle a Raúl cómo los controles y las distorsiones que el socialismo ha generado en nuestro país son los que provocan estos precios que sufrimos nosotros. Le comenté que el producto más caro es el que no se consigue. Le expliqué la diferencia entre el esfuerzo de trabajo y gestión que enfrentan los comerciantes formales, con todos los filtros y controles que deben cumplir y pagar al régimen, versus el comercio informal que me estaba describiendo. Le recordé el grado de destrucción que este régimen ha causado, en especial en el sector productor.

Una parte de su narración fue espeluznante, cuando describió cómo fue pasar por la trocha. “Uno le paga a una gente que te pasa de un lado al otro. La guía nos dijo: no miren a la derecha. Pero ya sabe, señora, basta que a uno se lo digan para que le provoque mirar. Y se me espelucó el cuerpo, porque allá a la derecha estaban los colectivos, con la cara tapada y la metralleta, ahí cerquita. Es increíble, señora. De un lado, los militares colombianos, de este lado la guardia nuestra y en el medio estos colectivos, que resulta que eran de uno de los pranes de Tocorón. Fíjese dónde fueron a parar para ganar dinero. Pero nadie le dispara a nadie. Todos saben que los otros están allí, pero nadie hace nada”. Pero aún con toda esa dificultad en el proceso de paso de un lado a otro, Raúl insiste en que le resulta mejor ir a comprar allá para su casa. Modo sobrevivencia, le dicen. Para que lo que trabaja, le alcance y viva decentemente con su familia.

Al final de la conversación, me dice: “ay señora, yo no me meto mucho en política, pero es que con esta gente ya no hay más nada que hacer, no sé que más está esperando la oposición para pedir ayuda internacional, ellos no van a salir solos por las buenas”. Y sigue: “si en lugar de utilizar toda la estrategia que han usado para destruirnos, esta gente lo hubiera hecho para ayudarnos, estaríamos mejor que Dubai”. Sabiduría ciudadana, desde lo más profundo de los llanos de nuestro país.

Comenzando por San Fernando, llevamos a cabo una serie muy intensa de reuniones, conversaciones, visitas y actividades con afiliados de nuestro partido, representantes locales de otros partidos políticos, y mucha ciudadanía interesada en escuchar y preguntar “¿qué está pasando en Caracas?” San Fernando, Camaguán, Calabozo, Chaguaramas, Tucupido, Zaraza, San José de Unare, Valle la Pascua, las parroquias visitadas. Apure, Camaguán, Miranda, Chaguaramas, Ribas, Zaraza, Infante, los municipios. Reuniones de noche y sin luz, y la gente allí. Poblaciones que llevaban días sin agua. Las calamidades descritas una y otra vez con distintas palabras, con diferentes ejemplos. La angustia de los asistentes repetida en cada encuentro: “¿qué estamos esperando? ¿Por qué la Asamblea Nacional no activa el 187? ¿Cuándo vamos a salir de esto?” Hay mucha angustia por el tiempo que sigue pasando sin que se avizore la solución definitiva. Y al mismo tiempo, mucha claridad en que solos no podemos.

Nuestra responsabilidad es hablar claro y de frente. Y así lo hicimos en cada lugar, y con cada persona que nos preguntó, preguntas difíciles de responder descarnadamente, porque el ciudadano está padeciendo en su vida y la de su familia, una calamidad terrible, y decirle de frente, mirándole a los ojos que la cosa no está fácil, que el diálogo en Noruega lo ha complicado más, es duro. Pero, y en esto me quiero detener un momento, la fortaleza y claridad de este país es mucho más grande de lo que en algunos ámbitos políticos se asume. Todos te respondían que ese diálogo no nos llevará a ninguna solución. Todos.

La Venezuela profunda sabe que aquí hay que fajarse y bregar duro para salir adelante contra estas mafias, con todo su entramado de corrupción y socialismo. Que sentarse a conversar con ellos es perder el tiempo, es retroceder. Que nosotros los ciudadanos presionando desde aquí, sin desviarnos de la ruta del coraje, sumando y pidiendo ayuda a las fuerzas internacionales, establecemos la fórmula de la solución idónea, eficiente y efectiva. Y escucharlo en la voz y expresiones de la gente sencilla y trabajadora de estos lugares, te estremece el cuerpo.

Dirigentes políticos locales cuyos partidos nacionales andan en otra cosa, totalmente divorciados de la realidad de su propia militancia, dejándolos en la anomia de mensajes y de acompañamiento. Ciudadanos que han perdido tierras, propiedades, que te dicen “con este esfuerzo y este compromiso con esta lucha estoy honrando a mi padre que murió defendiendo lo suyo” y así, podría seguir con muchos más ejemplos. Jóvenes que no tienen edad suficiente para siquiera recordar lo que había antes de esta desgracia de los últimos 20 años y que están fajados sin descanso en explicarle a sus mayores por qué la solución no es volver a la Venezuela que ellos recuerdan, porque esa nos trajo hasta aquí, sino erradicar del todo este sistema basado en el rentismo, el populismo, el militarismo, el clientelismo, el estatismo, el paternalismo y la corrupción, que no es otra cosa que el socialismo, para instaurar una República Liberal verdadera, donde impere el estado de derecho, el respeto a la propiedad privada, la honestidad, la decencia, y donde el trabajo, el esfuerzo propio y el mérito sean lo que determine el crecimiento y la prosperidad del individuo y sus familias.

En varios lugares me quedé sin palabras, porque era la gente la que nos lo explicaba a nosotros. Y no estoy hablando de expertos politólogos, sino de ciudadanos que viven y sufren en el corazón de Venezuela y que vibran con su tierra, y les brillan los ojos y se les quiebra la voz cuando describen su sueño de verla prosperar y de ser protagonistas de ese día que lo logremos. Se siente una gran responsabilidad escucharlo. Es reconfortante reiterar a través del testimonio de la propia gente que realmente somos así, no como nos han querido hacer pensar en algunos sectores, ofreciéndonos más dádivas y subestimando nuestra capacidad ciudadana de comprensión, de análisis y raciocinio ante la realidad política.

En resumen, vivimos 60 intensas horas de realidad en todos los sentidos, en las que constatamos que desde lo más profundo del país es un hecho que el venezolano de bien trazó una línea clara e hizo una ruptura definitiva con todo lo que nos trajo hasta aquí, y lo mejor, que está clarito en que sólo a partir de su esfuerzo honesto, con sus propias manos, alcanzaremos la prosperidad y el desarrollo que anhelamos. Y están dispuestos a hacerlo.

Regresamos revitalizados con esa energía ciudadana que se desprende en cada intercambio, orgullosa de compartir la lucha con todas las personas que vimos, y al mismo tiempo con un gran sentido de compromiso en hacer lo que tengamos que hacer para que, como país, no nos desviemos de la ruta del coraje que arrancó aquel 23 de enero de este año con la activación del artículo 233 de la constitución, y que –Dios mediante- nos llevará definitivamente a la libertad.