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Hemos escuchado decir recientemente que ahora de las primarias saldrá un plan de gobierno unitario y que, gane quien gane, será igual la lucha contra el régimen.

En su corto análisis del país, las cúpulas del G4 tienen una estrategia: “todos somos iguales”. Nada más falso que eso.

No, no somos iguales. Ellos han traicionado al ciudadano. Tuvieron la confianza de la gente y la oportunidad de desplazar al régimen y no lo hicieron.

No, no somos iguales. Ellos tuvieron la conducción de la Asamblea Nacional y fracasaron enfrentando al régimen desde la institucionalidad.

No, no somos iguales. Ellos fueron apoyados por la comunidad internacional y lo que hicieron fue saquear el erario público.

No, no somos iguales. Ellos han negociado y negocian con el régimen, pero no para salir de él, sino para ser sus instrumentos.

Y no, no somos nada de lo anterior, pero el régimen sí logró igualar a esas cúpulas que se hacen llamar opositoras. Las igualó en lo oprobioso, en el fraude, en la mentira y el engaño, en la traición, y esa ha sido siempre su fortaleza.

Nosotros somos el ciudadano que sufre y padece, el que espera con ansias un cambio total; somos el que se resiste a claudicar, el que da una lucha sincera, el que promueve la conciliación con justicia, el que denuncia como nuestros diputados. Somos diferentes.

Por eso, entendimos que si no desplazamos a esa cúpula de iguales, no podremos desplazar al régimen. No podemos seguir dominados por ese sector que se hace llamar oposición, pero que no es más que un grupo criminal que ha convertido la política en un acto mercantilista.

Son los mismos actores de hace 20 años, y lo vemos en las matrices de opinión creadas por distintas encuestadoras; lo vemos cuando escuchamos a algunos pseudo empresarios, que también son los mismos de hace 20 años, y cuando vemos a los dirigentes políticos que nos han llevado al fracaso.

Basta ver a esa parranda de iguales para entender por qué estamos en la pobreza, el desaliento y la frustración.

No somos iguales que ellos. El país decente no es igual que ellos. El país decente quiere libertad, desea cambio profundo; quiere producir riqueza bajo un esquema que respete la ley, quiere conciliación, pero con justicia, y esa la mayoría, la que los va a derrotar.