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¡Hay que salvar el liberalismo!

En los últimos tiempos, mucho más después de la caída del Muro de Berlín y de la idealización que los países del Este, habían hecho de la democracia occidental. Algunos autores han insistido que asistiríamos “muy pronto a la desilusión de los pueblos excomunistas”, porque “la debilidad principal de las sociedades liberales está en el hecho que se fundan en el escepticismo moral y no comparten la idea del bien común”, lo que conduciría a las democracias a problemas de difícil resolución.

Tal afirmación desde nuestra óptica liberal, y en el contexto de esta misma problemática, nos parece una generalización sustentada en un presupuesto de considerar a estos dos modelos (la democracia y el liberalismo) como enemigos que se enfrentan y cuyo enfrentamiento lleva a la destrucción del otro, dejando de lado la percepción del verdadero problema: las ataduras y vínculos, es decir, lazos culturales profundos y de sentimientos de afiliación social con modelos políticos que ofrecen resolver, demagógicamente, las necesidades humanas y generan falsas expectativas que conducen a una amenazante anomia.

Estas falsas expectativas, creada por la “maldad política” de los que se han inspirados en el marxismo y los intentos radicales del cambio socio-político, es el verdadero problema y a los que hay que prestarle atención, es decir, ponerle fin a una ideología que ha impregnado nuestro pensamiento y condicionado nuestra experiencia vital, no podemos dejar de observar la máxima planteada por Gramsci de la hegemonía cultural.

Nos enfrentamos a un modelo político que ha engendrado un “hombre protegido” y, por tanto, hostil “a los riesgos y a las incertidumbres de la sociedad abierta y de su estilo competitivo”. Nos enfrentamos una vez más con el miedo a la libertad. Tremendo reto el que tenemos por delante, someternos a un proceso de verificaciones y equilibrios desde la óptica liberal que nos permita “superar la maldad de la política”.

Nuevamente el liberalismo tiene un reto histórico, es el momento de discutir la reformulación y de estructurar los elementos de una teoría de la democracia “a la altura de los tiempos” como ya lo hizo en su momento con el triunfo de la democracia liberal. Es el momento del liberalismo político.

 

El mundo reconoce hoy que todas las sustituciones a la democracia y el liberalismo han sido espurias el mundo vuelve a la democracia y al liberalismo, es deber nuestro agudizar y analizar en pensamiento filosófico-comprehensivos de vida del liberalismo para una nueva reformulación con relación a los errores cometidos.

 

Bobbio, en una ponencia presentada en la ciudad de Locarno, en 1984, se refirió a las promesas no cumplidas de la democracia y las analizaba a la luz del futuro de la misma. Son seis promesas las que señalaba, las que analizaremos de manera muy sucinta:

La primera, la del individuo soberano, que fue traicionada por la irrupción de la sociedad pluralista.

La segunda, el ideal de la representación política, que se ha liberado del mandato imperativo.

La tercera, la derrota de las oligarquías, todavía persisten.

La cuarta, el espacio limitado, referido a que habrá más democracia en aquellos lugares donde aumenten los espacios en los que pueden ejercer sus derechos los ciudadanos.

La quinta, el poder invisible, buscar la máxima transparencia del poder, el “poder sin máscaras”.

La sexta, el ciudadano no educado, referido a la educación del ciudadano tan necesaria para la democracia y el buen gobierno.

Pero a estas falsas promesas, él mismo respondía que no se podían cumplir porque el proyecto democrático fue pensado para una sociedad mucho menos compleja que la que hoy tenemos.

Veinte años después Pazè, Valentina, confrontando cada una de estas promesas, y yendo más allá de si debían o no ser mantenidas, es tajante al decir: “… algunos de los ideales democráticos de los siglos XVIII y XIX no pueden ser ya los nuestros: la sociedad ha cambiado demasiado para que podamos seguir creyendo en la soberanía del individuo, en el auto gobierno de los productores, o tan sólo seguir confiando en el triunfo de un presunto “bien común” sobre los intereses de los diferentes sectores sociales”.

Expuesta esta confrontación sobre problemas de la democracia, compartimos con Bobbio que no es posible hablar de degeneración o de crisis de la democracia, sino sólo de su fisiológica transformación, de su adaptación a circunstancias históricas y sociales distintas, y con Pazè en el planteamiento arriba señalado.

Desde estas perspectiva podemos decir, que es un deber el rescate del liberalismo y por qué no, su refundación de cara a los nuevos tiempos, pues si dejamos secar el “árbol de la vida” del liberalismo, como Sartori, no dudamos en afirmar que ello conllevaría lisa y llanamente a “la muerte de la democracia”, y tengamos claro que “democracia y socialismo no pueden ir juntos, pues son incompatibles”.

¡Hay que salvar el liberalismo!

 

José Gregorio Contreras