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(Lechería. 27/04/2022) En estos tiempos, muchos venezolanos se sienten cómodos, simplificando la tragedia por la que atraviesa el país circunscribiéndola a la irresponsabilidad, a las políticas implementadas y al talante autoritario, y antidemocrático, del régimen que detenta el poder desde hace 23 años. Sin embargo, se hace omisión a las razones que dieron lugar a su llegada al poder.

Por crudo que pueda sonar la realidad es que la democracia en Venezuela nunca pasó de ser un proyecto en construcción. Sin dudas ese proyecto de transición a la democracia era mucho mejor que el régimen que hoy usurpa al poder, pero era una “democracia defectuosa”, un sistema en transformación que no logró consolidar una democracia plena, a lo sumo una democracia electoralista, donde se realizaban elecciones libres y frecuentes, pero que no satisfizo las aspiraciones de los ciudadanos, a mi juicio por esa necia y arrogante pretensión de colectivizar a la sociedad, limitando derechos inalienables sin los cuales no hay libertad posible, y que al tratar de imponer su modelo político, terminaron por afectar cada vez más intereses y derechos, lo que los llevó a imponer su política mediante prácticas cada vez más autoritarias.

El día en que un grupo de burócratas decidió suspender los derechos y garantías económicas previstas en la naciente Constitución promulgada en 1961, se rompió la brújula que nos conducía a la democracia. Ese hecho facilitó la expansión del Estado para convertirlo en un estado hipertrofiado todo poderoso y paternalista, que facilitó la cultura del populismo y el clientelismo político, que creó espacios para la corrupción, y a la larga gobiernos cada vez más autoritarios, tal como ahora sabemos los venezolanos.

Al suspender las garantías y limitar los derechos económicos, una élite política se atribuyó la capacidad para decidir en nombre del colectivo, qué prioridades atender para lograr el bienestar y felicidad del pueblo, desestimando una realidad incontrovertible, “el pueblo”, es la suma de individuos que hacen vida en un territorio determinado, y que lograr la felicidad individual de cada persona depende a una multiplicidad de factores que pueden alcanzarse a través de una variedad infinita de combinaciones, transacciones voluntarias y decisiones personales, no por los caprichos, creencias o dogmas de una elite con una determinada visión o ideología.

Todo esto nos hace llegar a la conclusión de que los venezolanos estábamos condenados a llegar a esta situación, por la arrogancia de quienes años atrás estimularon la supresión del pensamiento crítico, y por su incapacidad de reconocer los errores cometidos y de rectificar. Muchos se limitaron a rememorar al pasado, sin entender que el futuro se construye con las acciones del presente y no con los recuerdos del pasado.

En Venezuela necesitamos una nueva dirección política, radical y racionalmente diferente, una que respete los derechos individuales y que no sea un obstáculo para que cada ciudadano de bien pueda perseguir y alcanzar su proyecto de vida y sus sueños.

Seguimos conversando.

Pedro Galvis

Twitter e Instagram: @pgalvisve

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