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(Los Teques. 29/10/2021) La pérdida de la universidad venezolana como el espacio plural y libre que debe ser es también, sin que quepa ninguna duda, una inmensa derrota política. La universidad, para cumplir sus objetivos centrales de producción de conocimiento y difusión más amplia del mismo, así como su invaluable contribución a la sociedad en todos los aspectos y sentidos tiene que ser democrática. No dirigida ideológicamente desde el poder, como se impone en la Venezuela actual. Un pensamiento condicionado o coaccionado se enturbia más y fenece bajo el cuidado contenido que imponen presiones y amenazas. Las marcas ideológicas matan y cercan la creación. El pensamiento y sus realizaciones debe ser volandero, crítico, incontenido.  De allí la importancia raigal de la Autonomía Universitaria. Esa que perdimos y a la que debemos volver a enrumbar la búsqueda de la universidad futura.

La confusión y el prurito sirvieron poco para defender la universidad del ataque desmesurado del régimen destructor de los asideros legales y de las instituciones. La incoherencia, los vaivenes que se aprecian en la política del momento, con un régimen autoritario, tiránico, despótico, que busca desesperado imponer el totalitarismo de sus creencias; el mismo régimen que ha despedazado partidos e individuos, desconcatenó la universidad democrática. Esa púdica que simulaba incontaminación política mientras por dentro, de manera hipócrita sufría los mismos embates que los partidos y la sociedad. No podía ser de otro modo. Seguirlas viendo cómo laboratorios aislados del mundo no valió de mucho. Disfrazarse de casta virgen no le sirvió. Virginal política nunca fue, aunque se hacía y resultó violentada igualmente. Como vemos.

La simulación fue bireccional. A los partidos se les hizo inasible la universidad y esta última expresaba asco por la «contaminación» partidaria, o actuaba mal un asco más bien. Recuerdo en varias de las ocasiones en las que desde la Asociación de Profesores nos acercamos a la Asamblea Nacional, la electa legítimamente en 2015, con el tema de la Autonomía y los rectores dejaban vacías, con olímpico desprecio, sus sillas apartadas en el hemiciclo. Al acto de la UCV por la misma Autonomía, en el Aula Magna, expresamente, se le pidió a Juan Guaidó que no acudiera, para mi sorpresa y estupor como el de varios otros al escuchar aquello en una reunión previa al acto por otros motivos. ¿Coherencia política?

Esos bichos a los que mientan alacranes o «alacraneados» también esparcieron o se dejaron penetrar por el veneno en las universidades, los contraejemplos sobran, abundan y son perceptibles. ¿Todo eso se tramó desde la experticia de los asesores de los tiranos? Muy seguramente todo no. Pero cumplieron sus fines de tomar para ellos las universidades y sus objetivos. Ahora Nicolás Maduro, de noche, sí, como puede, sí, se pasea por la Universidad Central de Venezuela y una de sus segundas violenta esa misma Aula Magna donde juramos defender la Autonomía simbólicamente. Además, la UCV sufre la designación (¿Simbólica?) de una nada flamante protectora. Mientras todos apuntan a los trescientos años de la fundación y sueñan con galones y honores y recuerdos fútiles en medio de la destrucción de la aniquilación maquillada.

De nada sirvieron los devaneos políticos ni los pruritos del asco para contener la entrada triunfal, acosadora, temeraria también, del régimen en las universidades. ¿O fue a propósito por puros intereses crematísticos que les dejaron hacer, como con los partidos, algunos de los cuales van a elecciones regionales a limpiarles la cara y partes pudendas a los tiranos? Triste momento político. Triste momento universitario. La historia no sirvió para orientar esta vez. Pero masacrará con su tinta indeleble personajes importantes y acciones inolvidables de esta época.

William Anseume