Lo que sigue ocurriendo en Cuba, no tiene nombre. La población está sola, arrinconada por el hambre, la miseria y faltando poco, el Covid19. Ni siquiera hay derecho a quejarse. La acumulación de rabia, impotencia y malestar, llevó a los cubanos a elevar la voz. Pacíficos y desarmados, no les quedó ni les queda más remedio que bregar por su propia e intransferible supervivencia. Apenas, se coló una pequeña muestra de la inconformidad y protesta regada por toda la isla, pues, poseer un teléfono celular y la conexión es un lujo y ya el régimen venía permitiéndolo para permear mejor sus lineamientos, pero ¡los delató!
Enseguida la más dura y brutal represión. ¡Nada de lacrimógenas o chorros de agua! Diaz Canel no gasta en equipos antimotines. Ahorrando en lo posible las balas, dispara a la gente. Prefiere la vía más barata, la de la persecución y el linchamiento por piquetes de milicianos, policías y soplones de las personas que protestan desesperadamente. Tan hambrientos unos como los otros. Y por supuesto, Venezuela le ayuda con fervor sanguinario, con los reales necesarios y los agentes represivos capaces de orientar una carnicería sin ambages.
Mueren generales, no se consiguen a los oficiales por ahí; Están acuartelados o sufren de desaparición forzosa, mientras Nicolás se regodea, se ufana en decir que él acabó con la Fuerza Armada Nacional. Y Díaz Canel le sonríe. Y lo hace con una sonrisita burlona de quien tiene postgrado en la opresión y represión de Cuba.