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Ayer le preguntaban a un candidato local que si habían resuelto el problema de las condiciones, y este respondía: “con condiciones o sin ellas, ellos van a participar porque es su deber como demócratas”, pero en el 2018, cuando se deslegitimó a Maduro, al igual que en el 2020 en las de la ilegítima Asamblea Nacional no participaron. ¿Cómo es que ahora si?

Hoy vemos con actos de descaro o sin ocultar ni sentir vergüenza, como muchos que hasta hace poco le gritaban a maduro ilegítimo, no reconocían al TSJ de Maikel Moreno, ni a la fiscalía de Tarek Saab y muchos a este CNE. Se lanzan a esta comparsa fraudo-electoral sin importar que hoy Maduro es ilegitimo ante el mundo y señalado como criminal.

Todo este cinismo electoral es producto no de un deber democrático, si no de intereses que van más allá de lo ético, lo moral y lo coherente, que al final se traduce en claudicar la lucha real de un escenario político complejo, no tradicional y con toda la características de una guerra asimétrica y no convencional que se les hace mucho más fácil y conveniente para no perder espacios y cuotas de poder dentro del sistema criminal chavista.

Las elecciones en Venezuela en los últimos 5 años, después que se cerró la ruta electoral en 2015, al quitarnos 3 diputados y 2016, al robarnos la opción de referéndum y romperse el hilo constitucional, se han convertido en un negocio para todos los que allí participen.

Ganen o pierdan, (que al final se pierde todo, la dignidad y la batalla) siempre obtendrán una recompensa por los dividendos obtenidos de una campaña que hasta hoy nadie sabe de dónde se sacan recursos, con un aparato productivo destrozado y solo un pequeño grupo
económico boliburgués, que es el que realmente apuesta a estar bien con Dios y con el Diablo, para asegurar su tajada en cualquier terreno, de haber un cambio político.

El cinismo electoral a atraído a personas que actúan con falsedad en sus acciones o dichos, prometiendo que al llegar a dicha alcaldía o gobernación podrán desarrollar X o Y planes, siendo esto totalmente falso, ya que mientras exista este sistema en el poder, ningún plan contrario al desarrollado por el régimen se podrá capitalizar por mucho esfuerzo o voluntad política que se tenga, si ese fuera el caso.

¿Quienes podrán hacer campaña en las zonas ocupadas por grupos criminales? Sin el consentimiento de estos jamás podrán entregar ni un volante. ¿Quiénes cuidaran los votos en la Cota 905? ¿O en Apure? ¿En la Guajira? ¿En los Caños de Barranca? ¿En el sur de Bolívar en Guasipati, Las Claritas o El Callao?

Sin soberanía no hay posibilidad alguna de unas elecciones libres. Sin un Tribunal Supremo de Justicia independiente no existe garantía
de que se va a respetar el voto. Con más de 6 millones de venezolanos fuera del país sin poder votar y con un registro electoral que solo tenemos confianza sobre 5 millones de personas; el 25% del país, el resto no tiene dirección o sufrieron migraciones, es decir, no se tiene control político electoral del 75% de los centros de votación.

Hoy los ciudadanos reclaman una clase política seria, coherente y principalmente con la firmeza necesaria de no quebrarse en los momentos en donde el régimen ha estado acorralado y a punto de caer. Una clase política que le rinda cuentas al país y no se escude en símbolos, colectivos u organizaciones, pero que realmente comprenda que el objetivo es uno solo que genera la verdadera unidad en el venezolano como lo es hoy en Cuba, que es la Libertad. Una clase política que entienda que solos no podemos y que nos enfrentamos a un conglomerado criminal, con asentamiento internacional de regímenes totalitarios y que no saldrán ni con diálogos estériles ni con falsas elecciones sin condición alguna.

Jesús Farias | Coordinador del municipio Maturín