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(Bogotá. 24/05/2021) El General de no sé ya cuántos soles, Vladimir Padrino López, es un caso sin parangón en la historia militar venezolana. Quizá sea el ministro de Defensa que más ha durado en el cargo en nuestra historia, luego de haber ejercido como comandante estratégico-operacional. Ingresó y se formó en la escuela militar, en tiempos de democracia, cifrando todas sus esperanzas en la vida profesional. El país le dio todo para que se graduara de subteniente y sabe muy bien cómo sufrimos de la agresión de Fidel Castro, quien financió y armó las guerrillas en este lado del mundo.

Llegó al generalato en jefe, como llegaron otros, gracias al favor de un comandante en jefe que ha manchado el historial militar venezolano. No es el mismo ascenso que se le hizo, por ejemplo, al único general en jefe que tuvimos en el siglo anterior con Eleazar López Contreras, en reconocimiento simbólico a su meritoria trayectoria castrense. El ascenso de Padrino al máximo grado militar, se debe a la partidización que logró de una institución que tiene muy bien señalada su naturaleza en el artículo 328 constitucional. Y, además, valga la curiosidad, junto a otro general y almirante en jefe, la promoción no se hace en tiempos de una guerra formal, según se estila, aunque constituye un reconocimiento de la guerra no convencional que libran contra los venezolanos.

Creo que, al igual que ocurrió en Birmania, los militares venezolanos son de los pocos en el mundo que tienen en su haber el triunfo contra unas guerrillas, como ocurrió en los años sesenta. Tamaña ironía, renegando de una tradición en defensa de la democracia, Padrino le ha entregado el país a la Cuba que un día derrotamos política y militarmente. Y, ahora, lo hace con las mafias que gobiernan el estado Apure, sirviéndole una facción de las FARC. Demasiados soles para quien ha condenado al país a la oscuridad.

Juan Pablo García