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(Los Teques. 20/05/2021) La muestra más evidente de la protección de delincuentes internacionales por otros delincuentes internacionales ocurre con la muerte de Jesús Santrich en Venezuela. El mundo lo sabe. Pero el régimen del terror y los militares hacen mutis con solo escuchar el nombre.

La inteligencia policial y militar colombiana tenía precisado al terrorista. También el recién renunciado Iván Simonovis. Así, el mundo conocía el paradero de este hombre al margen de la ley, con varios muertos encima, solicitado en Estados Unidos por narcotráfico. Un protegido de lujo por el régimen, tal vez (muy seguramente) por orden cubana. ¿Qué hacía aquí? Operar. Refugiarse. No es el único. Se sabe. Si hasta Rafael Correa es huésped de honor para los criminales en el poder.

Con los sucesos que siguen ocurriendo a diario en Apure y la protección de guerrilleros mantenidos por años aquí, la Fuerza Armada Nacional es arrastrada a la vergüenza y la humillación constantes. De nada les ha valido buscar acallar o amedrentar, del modo que sea, a medios, a periodistas, al valiente Tarazona. La verdad aflora más temprano que tarde. Como aflorará en La Haya. No hay sol pero tampoco dedo con qué tapar.

La Fuerza Armada le debe una detallada explicación al país y al mundo. Se suponen responsables de las armas, se suponen responsables de la soberanía y del territorio. Se muestran como apátridas, como entregando por flacos churupos la nación. Se muestran muy valientes y bien armados, apertrechados, en alcabalas, para agredir estudiantes y hasta damas, pero para cumplir sus verdaderas funciones reculan, ante delincuentes de toda índole, ante guerrilleros, ante el poder despótico que opera contra los ciudadanos y el país.

¿Qué cara pondrá el régimen en la conmemoración de la grandiosa hazaña de la Batalla de Carabobo? ¿Cómo recordarán a Páez, el nacionalista, estos militares de la cúpula de hoy? «Volver a Carabobo» fue un lema que acuñó Chávez para convencer a los militares. Supongo que, para embullarlos con la libertad, con el nacionalismo, con la independencia y con la soberanía. Basta ver lo que ocurre con el Esequibo, lo de Apure y toda la frontera, con la guerrilla colombiana hasta los tuétanos controlando el país; la visible invasión cubana, rusa o iraní. La desnacionalización destructiva de un país.  No hay manera de que el régimen del terror y sus lacayos en la Fuerza Armada puedan salir bien librados de su cruenta, criminal, irresponsabilidad. El país, el mundo, deben cobrar con creces esa actuación deleznable. Además, Jesús Santrich murió «protegido» en Venezuela.

William Anseume