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Hay una ofensiva contra los gobiernos democráticos que intentan defender precisamente la democracia, probando y denunciando la injerencia de los gobiernos no democráticos que no ejercen, a pesar de lo que digan, la democracia. No se trata sólo de la protesta permitida en todo régimen de libertades públicas, sino de una evidente subversión que se aprovecha de las circunstancias y, nada casual, si los sintoniza con el discurso de los grupos terroristas que se les dio la oportunidad de integrarse a una paz que traicionan. Esto es lo que se ve en Colombia, por ejemplo, a pesar de que todo el mundo sabe de los nexos muy rentables que tienen con Nicolás Maduro.

Entonces, faltando poco, además de infiltrar a los gobiernos democráticos para revolcarlos, levantan una campaña internacional de opinión para desacreditarlos. Las víctimas, pasan a ser victimarios por la magia de una propaganda y de una publicidad de satanización que ha rendido frutos. Y, valga la primera paradoja, a ello se dedican gobiernos como el de Cuba y de Venezuela, aunque el hambre y la miseria se ha unido a las nefastas consecuencias del Covid19, cuentan con una ventaja: no le rinden cuenta alguna de los recursos disponibles y empleados a nadie, como si ocurre en las democracias de inspiración liberal.

La otra paradoja, reside en la venda que tienen en los ojos, esas dictaduras que se quejan de la paja en los ajenos. Por citar, apenas, un caso reciente de los tantos que pueden ilustrarnos, nada más salvaje, descarada y masiva fue la represión madurista de 2017, con más de cien jóvenes muertos, por no mencionar los presos y malheridos que quedaron malogrados para el resto de sus vidas, o se vieron forzados a salir de Venezuela, por más que no quisieran. No tienen autoridad moral los comunistas venezolanos, como si fueren monjes benedictinos, para señalar al Presidente Duque. Y es que, como nunca antes, están empantanando el debate político ya en todo el hemisferio, pues, el vandalismo que recorre América tiene nombre y apellido: el Foro de Sao Paulo.