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(Los Teques. 11/03/2021) Hace mucho la unidad monetaria venezolana dejó de ser el bolívar. Un bolívar no existe, es un ligero recuerdo para algunos. Hasta de plata los hubo. Nadie tiene hoy una moneda o un billete que denote esa única denominación circulando con valor. ¿Qué podría adquirirse con él?  Nada en absoluto. Multiplique por diez, incluso por cien, y queda igual en el vacío de valoración y de representación.

Hablamos de falsedades y de malabares. En el fondo de la moneda nacional yace (quisiera decir subyace, pero no es lo mismo) un interés político-simbólico: no sepultar definitivamente la memoria de cuando teníamos una economía más sana, un país productivo y una moneda fuerte. La apelación resulta una apelación memoriosa de país articulado, eso que mataron estos sujetos. A la par de querer buscar amortiguar la golpiza inevitable en el también simbólico rostro del héroe de mayor recordación en nuestra épica histórico-fundacional. En par de platos: les avergüenza políticamente reconocer- aceptar que decapitaron el bolívar.

El golpe simbólico-político y hasta militar es fortísimo. Encima, aceptar que la moneda que suple la carencia generada por la «revolución bonita» es la producida y fortalecida por los Estados Unidos, se convierte en demasiada humillación, insoportable para los «bolivarianos». La constitución, ya lo sabemos hasta el remolimiento, les importa mucho menos. Eso de que allí se indique que esa unidad desaparecida por completo es la moneda del país le sabe a cazabe, por referir algo comestible e inodoro.

La destrucción de la moneda nacional dice mucho del acabamiento económico, de la ruina producida por los destructores criminales de cuanto hallaron a su paso, de cuanto cayó en sus manos. La pulveración del bolívar da cuenta plena del estrangulamiento humano (ya que de economía se trata), político, social, cultural, simbólico y anímico-psicológico de Venezuela.

De nada vale que saquen ahora a blandir, más como negocio, tres nuevos billetes inservibles. Eso no ocasionará el susto para el dólar que lo haga correr. Eso no permitirá que accedamos a disponer de nuestras cuentas bancarias enmagrecidas para convertirlas en papel moneda que algo permita adquirir. Esa acción de imprimir nuevos billetes con algo de valor en este momento, no levantará el ánimo económico ni comercial. Deberíamos obligarlos, como la realidad, a terminar de aceptar lo que ocurre y despojarlos de sus caretas encubridoras, creen, de sus torpezas y criminalidades, deberíamos restregarles el dólar en el rostro, su simbolismo histórico y su valor, para que comprendan el inmenso daño causado. Para que entiendan que su «socialismo siglo XXI» no dejó, en el arrase terrorífico provocado por los rojos, nada en pie con algún fruto.

William Anseume