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320 años, se dicen fácil. Maracay la resiliente, la encrucijada de los caminos, la única ciudad que se engalana a sí misma en su cumpleaños. Apamates y araguaneyes en flor, entre rosados y amarillos intensos parecen competir celosamente al nítido azul del cielo, preludios de los tiempos de verano.

¿Quién no ha soñado cosas lindas mientras camina la Avenida Las Delicias? Es que Maracay es una novia que inspira futuro. ¿Quién no ha sentido nostalgias sentado bajo las glorietas de la Plaza Bolívar? Es que también es una madre llena de afectos y ternura. ¡Caramba, sí! muchos de sus hijos se han ido, pero ninguno la ha olvidado. La llevan con tinta indeleble dibujada en su alma y corazón.

¿Quién no ha sentido compromisos con la justicia y la libertad parados en rebeldía en la Plaza Bicentenaria? Maracay es la hermanita menor que todos tenemos que cuidar. ¿A quién no le ha robado un suspiro la ciudad contemplada desde las alturas del cerro las delicias? ¿Quién no suspira cuando ve el amor a la distancia?

La ciudad tiene apellidos llenos de historias, pero no de abolengos, porque basta la empatía momentánea entre dos, para llamarse amigos. Eso se ve en el chiste oportuno en la cola del Mercado Principal, en el choque de palmas celebrando un batazo en las gradas del José Pérez Colmenares, en el pulgar hacia arriba con que se saludan dos corredores que transitan en sentido opuesto,  el parque Las Ballenas después de la segunda coincidencia. Maracay es también mi mejor amiga.

Maracay de mis afectos y de los tuyos, de los recuerdos y la esperanza, el tinglado eterno de nuestras vidas efímeras.

“Maracay que te quiero tanto, porque es fácil quererte, con tu sol de verano, con tus cielos de enero, con el sol del ocaso dibujando el horizonte en tu lago”.

 

320 años, pero como no estás vieja, prefiero decirte “Feliz cumpleaños, Muchachita”.

@RaefZibaqui