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En 1998 cuando todo este caos comenzó, recién cumpliendo la mayoría de edad, pensé que incursionar en política me permitiría ayudar a evitar la tragedia que se avecinaba a mi país. Jamás imaginé que 21 años más tarde estaríamos mucho peor de lo que proyectamos en aquel momento.

La disolución de las instituciones en manos del régimen, el avance de distintas mafias que controlan todo el poder para beneficio propio en consonancia con actores internacionales contrarios a la paz en la región y enemigos de la cultura occidental, la destrucción de nuestra economía formal para el establecimiento de un modelo lleno de vicios, entre otros muchos factores, le ponen el escenario difícil a cualquiera.

Por un lado, un régimen que avanza en su plan de sometimiento, por otro lado, una oposición golpeada en muchos casos por la toma de decisiones al margen de la resolución de la crisis nacional real y solo en defensa de intereses mezquinos. Como consecuencia de esos eventos, tenemos que lidiar con una verdad del tamaño de una montaña: ha mermado el respaldo popular en actores que representaron hasta hace poco una ruta, figuras apoyadas por importantes aliados para el rescate de la democracia y por la sociedad en general, que fueron perdiendo fuerza en la medida que se diluyeron en una guerra de egos, y no por falta de propuestas o alternativas coherentes, simplemente no existió en muchos casos voluntad política de quienes tenían la dirección en determinado momento para tomar decisiones más consonas con la exigencia de los venezolanos.

Otro dilema -para quienes hemos buscado concientizar sobre la necesidad de actuar con premura, claridad y firmeza en los objetivos trazados en determinadas coyunturas, evitando pérdidas de tiempo y advirtiendo múltiples veces las intenciones del régimen- es la imposibilidad de incidir para evitar los constantes cambios de ruta por parte de unos pocos contra la voluntad de millones, ésto se ha convertido en un círculo vicioso que causa frustración y rabia.

Partiendo de la premisa anterior, ¿Qué nos queda a quienes queremos seguir apostando por Venezuela, por su liberación, al cambio político, económico y social, sabiendo que abarcamos un campo de acción limitado para el ejercicio de nuestras actividades? Entendiendo que toda propuesta que hemos emprendido es en el marco de la lucha cívica, ejerciendo presión desde la ciudadanía.

La sociedad venezolana lo ha puesto todo, en el plano de la ideas, en el asfalto frente a grupos violentos, en las mesas de votación, en todos los ámbitos. Sin embargo, la desesperanza crece frente a la imposibilidad de alcanzar la meta deseada mientras se incrementa el flujo de compatriotas desplazados por el mundo buscando un mejor futuro, cifras conservadoras pasan los 5.000.000 y en aumento, rápidamente la separación familiar  se profundiza por la permanencía de este sistema.

Retornando entonces a la idea primaria de estas líneas, la gran incógnita se mantiene. ¿Qué podemos hacer quienes no queremos ser parte de esquemas miserable que solo buscan salvar parcelas, y que más allá de resolver la crisis le dan tiempo y oxígeno al régimen? ¿Qué podemos hacer si entendemos que a quiénes nos mueve la esperanza tenemos opciones limitadas en pro de recuperar nuestro país para reencontrarnos y reconstruirlo hasta hacerlo mucho mejor? Sabemos que sí hay fuerzas en el mundo moviéndose para ayudar a lograr la resolución de esta tragedia, por tanto nos toca responder, ¿qué podemos articular para generar oportunidades en medio de tanta complejidad? ¿Cómo nos  preparamos para el porvenir? Y así crecer como sociedad.

No pienso hacer un llamado a la conciencia de los demás, solo puedo hacer un acto de contrición y poner en una balanza las acciones que hasta ahora pude desarrollar y verificar, si se apegan a los valores y principios de honestidad y libertad que deben prevalecer en nuestra vida cotidiana, si, aún equivocandome, estoy en paz con mi conciencia por haber hecho lo que creí correcto para ayudar a mi país a salir de este atolladero. Luego de eso, como es lógico, volver al punto que me motivó a incorporarme a esta gesta en 1998 y establecer si con los recursos que hoy cuento puedo ejercer con firmeza mi rol ciudadano para crear conciencia y motivar a otros al rescate de la libertad, porque finalmente solo eso soy, un ciudadano que cree en las ideas de libertad y desea un futuro lleno de oportunidades para todos por igual.