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Cuando tenía seis años vivía en Carapita, un barrio de la parroquia Antímano. Recuerdo que un día, al salir del colegio, había un hecho muy llamativo en la entrada de mi casa. Había mucha gente, periodistas y muchos policías. Acababan de matar a un sujeto allí, a escasos metros de la entrada de mi casa. Yo tenía muy poca consciencia de lo que realmente ocurría.

Es muy vago el recuerdo, sin embargo, estoy seguro que yo no debía estar allí, ni presenciar eso. Con el tiempo, varios tiroteos entre antisociales me hicieron correr y esconderme. Puedo decir que escuché las balas silbar. Impresionaba ver a los tipos caminar tranquilamente con escopetas por la calle. Era un susto enorme, solo importaba resguardarse porque no sabías si una bala perdida llegaba a tu lugar.

Había, y hay, mucha gente buena en el barrio. De eso no hay duda alguna. Muchos de esos malandros están muertos o presos. De Carapita nos mudamos, justamente evitando este flagelo, que para ese momento (década del 90), aterraba a mis padres, pues yo ya tenía las ganas de “salir a jugar a la cancha”; esto es algo normal en un barrio. Perdí por la violencia a varios amigos de la infancia, lo cual, hizo de la decisión de mudarnos, lo más sensato por parte de mis padres.

Resulta que, esas canchas, habían sido supuestamente construidas para disminuir la violencia, pero terminaban siendo un espacio libre para el ocio y que muchos usaban para el deporte, otros para otras cosas relacionadas al microtráfico y a la violencia en general.

El problema no es la cancha como espacio físico, es la ausencia de preguntas fundamentales antes de generar la política: ¿por qué la violencia? ¿Para qué te conviertes en ese sujeto? ¿La pobreza es una razón? ¿A quiénes sirven estos sujetos en violencia? ¿Es por falta de oportunidades?

La violencia nunca ha sido atacada con medidas preventivas efectivas, y mucho menos con medidas de reinserción reales. Debemos generar  una política integral de prevención, que realce los valores ciudadanos, que forje buenos hombres y mujeres, que abra mentalidades, invite al desarrollo, y, sobre todo, genere sustentabilidad del capital humano. De igual forma ocurre con los centros penitenciarios como medida de reinserción, ahí un sujeto en situación de violencia ingresa novato y sale profesional. Terminan siendo la universidad del antisocial.

Hoy vivimos un país que se ha convertido en el resultado de esas fallas, pero además, es alimentada por la violencia estructural propiciada por el régimen, por la inexistente separación de poderes, por su discurso violento, por el alto nivel de impunidad que existe, por la corrupción; hoy tenemos una sociedad que se parece al régimen que está en Miraflores. Muy distante a la esencia propia de los venezolanos.

El problema no es solo el sujeto en situación de vida violenta, él es un producto de todo lo que a diario vive, padece y carece. Hay que ir a la raíz para poder encontrar una solución profunda. De lo contrario, solo serán paños de agua tibia.

La solución a esto, esencialmente pasa por la salida del régimen, pero está profundamente ligada con gestiones futuras que se encarguen de liberar al país de la violencia y el caos. Que entiendan que la ciudadanía está primero y que la violencia se ataca con educación.

Detrás de cualquier sujeto en vida violenta, hay un ser humano; con las medidas correctas, puede ser reinsertado en la sociedad y llevarlo a ser un individuo trabajador honesto.

No creo en otra solución: educación, ciudadanía y futuro, esa es la vía.

 

@Javier_Chirinos

Coordinador Estadal de Vente Distrito Capital