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El régimen ha empobrecido al país petrolero para asombro del mundo. Las condiciones de vida que recibió al cerrarse el siglo XX, son radicalmente distintas al abrir el siglo XXI.  Aquella pujante y emprendedora clase media que apuntaló a Venezuela con sus esfuerzos, se ha visto prácticamente aniquilada, así como el legítimo origen de sus logros: una vigorosa empresa privada de grandes, medianas o modestas dimensiones; una universidad y centros de adiestramiento técnico que le dieron formación, adiestramiento y confianza; y agreguemos, el calor de una familia más o menos numerosa que hoy está regada por el mundo.

La clase media venezolana, en todos sus niveles, sufre de incongruencia de estatus, como lo llaman los sociólogos. Es portadora de valores y principios que ya no se compadecen con los recursos materiales de los que dispone, cayéndosele la casa encima o viendo deteriorado el apartamento que pagaron con sacrificios, por cuotas de largos años, de imposible acceso a una póliza de seguro, con el carro dando trastazos si es que ha sobrevivido, con sus hijos o nietos -los que aquí se quedaron- sin aula presencial o virtual.  Fue deliberada la tarea del chavismo para reducirla y destruirla, no cabe dudas, a favor de una minoría de privilegiados que no pueden tildárselas de clase media, porque carecen de valores y principios, les importa un bledo asistir o no a una universidad y, faltando poco, sus bienes tienen por origen el delito, el tráfico de influencias, la corrupción, entre otras de las lindezas rojo-rojitas.

Nuestra legítima clase media va – precisamente – a medias, sobreviviendo, pero no se le puede destruir con facilidad: por encima de los bienes legítimos  que tiene o le quedan, mucho, poquito o nada, es portadora extraordinaria de los valores de la libertad, del trabajo, del esfuerzo, de la educación, de  la fraternidad que hacen a la República Liberal. Por más de veinte años ha aguantado la mecha de este desgobierno y no se ha entregado, ni entregará con facilidad. Ella se sabe con una responsabilidad histórica: la de reconstruir al país cuando huyan cobardemente o vayan a parar a la Corte Penal Internacional, los rojo-rojitos.