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Silvia y Rafael eran dos abuelos del centro de Caracas, de allí mismo –cerquita del Palacio de Miraflores–, eran dos venezolanos que murieron por desnutrición, que perdieron la batalla frente a un socialismo que los hundió en la miseria y sin miramientos los llevó a la tumba.

No fue el covid-19, no fue ninguna patología típica de los adultos mayores (como la diabetes, el corazón o la hipertensión arterial). No. Fue la falta de una alimentación adecuada, fue la crisis humanitaria que Nicolás Maduro sigue negando con el mayor descaro.

Silvia y Rafael, dos venezolanos que pasaban los 70 años de edad que no pudieron llegar hasta el final de este acontecido 2020. Silvia y Rafael, ambos simbolizan el desastre de modelo que es, fue y siempre será el socialismo.

Si Lenin mató a 30 millones de rusos de frío y hambre, si Stalin mató a 50 millones bajo su puño zurdo, si en la China de Mao murieron de hambre millones en medio de aquello del “gran salto adelante”, ¿cómo esperaban que ocurriera algo distinto aquí? ¿Cómo esperan que pase algo distinto en cualquier parte del mundo?

El socialismo, con el apellido que le pongan: “democrático”, “del siglo XXI”, “radical” o “moderado”, en todos los casos el resultado sigue siendo el mismo: ¡Hambre! ¡Muerte!

Hoy hablamos de Silvia y Rafael, sin embargo, ¿cuántas Silvia y Rafael han muerto sin que sean necesariamente noticia? ¿Cuántos venezolanos no han fallecido por culpa del hambre que ha desatado el sistema socialista en estos largos 21 años de oprobio, represión y corrupción desatada?

Durante los primeros años del régimen chavista-comunista, la bonanza petrolera era suficiente para satisfacer el apetito voraz de la corruptela gobernante y para mantener un espejismo político y social. No obstante, con la llegada de las “vacas flacas” debido al saqueo al que ha sido sometido el país, la cosa cambió, lo poco que queda en la olla es para solamente sostener el corrompido sistema levantado luego de dos décadas de socialismo.

Y no solo son los adultos mayores, antes de la pandemia era cotidiano saber de niños que se desmayaban en los colegios por falta de alimentación; y en este preciso momento es espantoso el nivel de desnutrición materno-infantil que se está registrando en prácticamente todos los hospitales del país.

Niños que nacen con muy bajo peso, madres que no pueden amamantar a sus bebés porque ellas mismas están desnutridas, abuelos que fallecen débiles por la pésima alimentación.

Es decir, vivimos en una nación donde el ciudadano come arroz guisado o pintado, o solo come pasta –en el mejor de los casos con queso– mientras que allá, en la cúpula, vemos a un Maduro comiendo en restaurantes lujosos, lo vemos bailando mientras su sobrepeso hace que los escenarios de sus espectáculos políticos tiemblen bajo su robusta humanidad.

Esta es la ironía y el mayor engaño del socialismo. Ellos hablan de igualdad en la sociedad y solo crean una brecha más grande, es decir, 99% de la población está pobre, desnutrida y esperando las bolsas CLAP, mientras que 1% está gozando, comiendo y bebiendo.

Es por ello que todos los venezolanos debemos tener algo en claro: el hambre solo tiene un nombre: socialismo; y los culpables son Maduro y su conglomerado de mafias que se han apoderado del poder y no lo quieren soltar por nada del mundo.