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La primera vez que visitamos Alemania, nos impresionó igualmente la visita a lugares y entidades de preservación de la memoria. En Berlín, una fundación sostiene el recuerdo de todas las vicisitudes que generó el célebre muro de Berlín, cuyo museo – incluso – especificaba las diferentes y más curiosas modalidades de escape de los orientales hacia el mundo libre;  o, en Dresde, avistamos áreas que fueron devastadas por los bombardeos en la II Guerra Mundial.

Una de las mejores singularidades fue la de pisar un extenso terreno que lo presumimos baldío, sin mayores señas que unas modestas puertas blindadas de entrada al subsuelo. Al  explicarlo, el guía nos impuso del terrible lugar: por debajo, estuvo el bunker en el cual residió y despachó Hitler y sus más cercanos colaboradores y familiares.

El asunto lo recordamos a propósito de un reciente y exitoso  foro-chat impulsado por Catalina Ramos, destacada dirigente nacional de Vente Venezuela, en el marco del programa Tierra de Gracia, sobre la industria del turismo. Al respecto, hay una formidable propuesta vertebrada sobre el futuro venezolano, merecedor de todo nuestro reconocimiento,  confiada en manos de especialistas, permitiéndonos – inexpertos en la materia, como el suscrito – abonar una idea que nos ronda desde hace un buen tiempo.

De un lado, remitidos al trauma histórico y sus consecuencias, creemos necesario cultivar la memoria sobre todos estos desgraciados años que el país ha soportado y, aunque será natural la reacción, eliminando cualesquiera vestigios, creemos necesario conservar una muestra convincente y delatora. Nadie refiere a mantener intacto el llamado Museo Militar y el supuesto cadáver que lo habita, por ejemplo, pero sí mantener en pie una muestra de esas desgracias para recordar por siempre el riesgo de la reincidencia; a veces, meditamos sobre la innecesaria destrucción el edificio que ocupó la Seguridad Nacional al caer Pérez Jiménez, pues, por maldito que fuese el viejo inmueble edificado por a Creole , porque no sólo tuvo una mejor prestancia arquitectónica en el lugar, sino que hubiese servido para un centro permanente de exposiciones y conferencias que  agendara la necesidad de superar toda modalidad de dictadura.

Del otro, el planteamiento apunta a otra disciplina de la industria turística que nada tiene que ver con el turismo de aventura, como las visitas organizadas en las favelas de Río de Janeiro, otro ejemplo, pues, es necesario dejar memoria de la devastación del presente régimen, aunque luzca etérea y terrible la muestra,  quizá sin el impacto ni la contundencia de los escasos hornos crematorios sobrevivientes en otras latitudes. Quizá pueda llamársele turismo histórico, pero lo cierto es que, aún con todas las pruebas universales que existen, hay quienes se atreverán a desmentir el terrible daño del denominado chavismo en Venezuela, como los hay aquellos que militantemente niegan el Holocausto.