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“La coincidencia de técnicas simulatorias

equivale igualmente a un acervo

experimental que a veces no puede

pasar desapercibido”

Luis Muñoz Sabaté, (“La prueba de la simulación”, Temis, Bogotá, 198: 266)

 

(Caracas. 19/10/2020) Otrora promesa de cualesquiera milagros, la constituyente de 1999 dedicó prácticamente todas sus sesiones a reforzar al naciente gobierno, apresurando el texto constitucional en una etapa final que, curiosamente, prolongó  través del llamado congresillo. La de 2017, a todas luces,  fraudulenta, procuró imitar aquél proceso, ahora sincerándose al despachar una ley de reemplazo de la Constitución, so pretexto de las medidas estadounidenses.

El esfuerzo que ciertamente apunta a un auto-bloqueo del propio régimen, como lo referimos semanas atrás, tiende a evidenciar una doble circunstancia. Ambas, más allá del estricto ámbito político-partidista, redondean una faena del más absoluto auto-engaño que ya incide en las escasas huestes de sus seguidores, excepto los contratistas y represores que se saben seguramente hundidos con la nave.

De un lado, van apareciendo los testimonios y otros indicios, la tal constituyente no discutió ni aprobó la supuesta ley – además – constitucional en cuestión, sino que ésta dependió de un  enunciado noticioso que materializó o dijo materializar el acto celebrado en el Salón Elíptico, refrendado por el usurpado sistema público de medios. Vale decir, por un simple y convencional espectáculo que se hizo de los símbolos de lo que queda de Estado, porque tampoco jamás se ha sabido de sesiones debidamente convocadas, constatadas públicamente la asistencia y las deliberaciones, difundidos textualmente los debates, entre otras de la caras formalidades; así, salvo la fabricación posterior de la documentación, no ha funcionado una mínima institucionalidad que convenza a todos y a cada uno de los numerosos tales-constituyentes que, en elevado porcentaje, desconocen  – antes y después – todos los proyectos y los instrumentos aprobados, o por aprobarse.

Del otro, el solo historial estadístico de la última década, comprueba que en nada abonan a la debacle petrolera, las medidas de embargo que sirven hoy de pretexto. Un autor libre de toda sospecha, con obra premiada en la propia Cuba, décadas muy atrás, como Héctor Malavé Mata, muy bien habló de la “falsificación escénica de la realidad  petrolera”, recordando la otrora “constituyente petrolera” de “juicios forjados en inspiraciones represivas” (“La trama estéril del petróleo”, Rayuela Taller de Ediciones, Caracas, 2006: 183 s.); luego, la tal-constituyente, o quienes la capitalizan, aplastando completamente a Sieyès, ha incurrido en el otro malaventurado auto-engaño, notariar y sólo notariar una falsa realidad: la económica.

Ya no versamos sobre una interesada postura política al rechazar las medidas que adopta, o dice adoptar, el régimen para sintetizar toda su vocación represiva  y  ensayar una maniobra de supervivencia, sino que somos testigos de una falsificación de las realidades institucionales y económicas mismas, mientras sigue su curso insobornable aquella verdadera que suele pasar factura. Abusando de las citas para un artículo de opinión, recurrimos al maestro Muñoz Sabaté al apuntar al hábito de simulación y agregar que, ahora, frente a la Constitución de 1999, surgió el contradocumento: la llamada Ley Constitucional Antibloqueo.

Luis Barragán