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“El poder ilimitado tiende siempre

a poner en peligro el régimen de Derecho”.

Edgar Bodenheimer (*)

En tiempos de pandemia, por supuesto, se ha hecho hábito la conexión digital, a pesar de todos los contra-tiempos. He participado en numerosos foros regionales, nacionales e, incluso, internacionales. Al compartir con mis hermanos venezolanos, surgen muchas inquietudes, testimonios e interrogantes a todo nivel, pero – gracias a Dios – también el compromiso de una lucha compartida por librar al país del régimen socialista.

Días atrás, suscitó interés uno de mis artículos de opinión sobre el fin del ejercicio profesional del derecho y surgieron diferentes angustias de los profesionales de otras especialidades, pues, de no detener la barbarie, seremos la sociedad de ágrafos que desea Maduro y su combo cubano.

No habrá un libre ejercicio profesional de cualesquiera profesiones u oficios, mientras haya un poder ilimitado y no haya el más elemental Estado de Derecho en mi país. Así de sencillo. Y eso vale para los ingenieros, los economistas, los médicos, los músicos, los químicos, los contadores, los educadores, por ejemplo, pero también para los plomeros, los carpinteros, los artesanos, los mecánicos automotrices, los artistas plásticos, los actores dramáticos o comediantes, etc. Excepto se trate de una narco-lavandería, la industria de la construcción o la siderúrgica están paradas y fracasadas; no existe signo alguno de libre mercado; enfermo y curador son delincuentes; nuestros compositores carecen de intérpretes; las refinerías están en cenizas; pocos tienen alguna mercantil; las aulas están cerradas; arreglar una tubería cuesta demasiado; no tenemos madera fina; la bisutería es un lujo;  sin gasolina tampoco andan los caros; nadie da un brochazo gordo o una fina pincelada; o producimos ni una telenovela; el chiste es castigado por el régimen. Esta es la realidad.

No puede hablarse de la automatización laboral, porque la brecha digital es inmensa, por lo que un elemento objetivo – las redes – realmente no sustituye todos los trámites pendientes, ni hay programas informáticos que con exactitud resuelvan sesudos problemas para construir una casa, auto-medicarse, etc., requiriendo siempre de la diligencia del profesional u oficiante, por largos años formado y entrenado, acumulando una experiencia que computadora alguna resuelve.

El otro elemento objetivo: tampoco hay defensa corporativa de las profesiones u oficios, porque están mediatizados los colegios profesionales, asociaciones empresariales y sindicatos. Luego, lo más lejos que llega el socialismo, es aceptar y estimular al profesional todero, genérico y que valga para todo. Así, emulando al prototípico médico cubano, éste atiende a sus pacientes fueren cuales fueren sus dolencias gástricas, cardiológicas, urológicas o neurológicas, porque la especialidad sólo es un lujo para la élite corrompida del poder que la va a buscar, incluso, fuera de Venezuela. ¿Para qué un econometrista, un civilista, un saxofonista o un contra-enchapador, si al madurismo le da igual todo economista, médico, músico o carpintero?  Entre otras razones, porque el socialismo acaba con la necesaria división social y especializada del trabajo: ¿quiere una vivienda? Constrúyala usted mismo, si puede.

(*) “Teoría del derecho”, Fondo de Cultura Económica, México, 1976: pág. 241.