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Hace 100 años, en 1920 el Sr. Carlo Ponzi, de origen italiano, fue declarado culpable de fraude y se le condenó a cinco años de prisión. Salió tres años más tarde y le condenaron a nueve más. Su crimen fue haber inventado lo que se conoce en los libros de economía como el “esquema Ponzi”.

Ponzi se las arreglaba para montar una oferta irresistible, los inversionistas -alumbrados con la promesa de ganancias ilimitadas- llegaban por cantidades, estas ganancias se pagaban con el capital de los nuevos inversionistas; sin embargo, la fuente de inversionistas no es ilimitada y el esquema siempre se cae en algún punto. En ese momento huyen los estafadores con grandes sumas de dinero, en perjuicio de los inversionistas que pierden su inversión.

El esquema de Ponzi es un proyecto que conduce irremediablemente al desastre y los estafadores lo saben, también saben que si no escapan a tiempo, serán juzgados y encarcelados; sin embargo, es tan atractivo el negocio y tan fácil embaucar a muchos utilizando una fachada aparentemente legítima que lo hacen una y otra vez, y mientras más tiempo mantengan la fachada, mayores serán sus ganancias.

Una versión de este mecanismo de fraude lleva más de 20 años instalado en Venezuela, a los inversionistas -que somos los ciudadanos- se nos ha llevado por infinidad de promesas de progreso y desarrollo con una nueva Constitución, con gran cantidad de eventos electorales, marchas y contramarchas, protestas y muchos sacrificios, con resultados nefastos, al punto que somos uno de los países más pobres del mundo.

Es curioso que una estafa tan conocida pueda seguir funcionando todavía, la respuesta no yace en la mecánica legendaria de la misma, sino en la psicología de sus actores. 

Los estafadores parecen personas confiables, sus promesas parecen legítimas, algunos hasta parecen ser -o fueron- académicos honorables, empresarios geniales o religiosos intachables. Los estafadores son talentosos, aunque no regalan sus talentos ni benefician a nadie más que a ellos mismos.

Sus víctimas son personas de todas los niveles sociales: empresarios, abogados, banqueros, académicos, religiosos, periodistas y gente común, caen en el juego una y otra vez, como un jugador de poker que no puede apartarse de la mesa. 

Las personas caen en la estafa porque ignoran las señales de peligro y se sienten abrumadas por las señales positivas, olvidan los hechos y se dejan emborrachar por la promesa de una esperanza brillante, y al igual que en el esquema de Ponzi, mientras más absurdamente fantasiosa la promesas más atractiva se hace.

Entre los estafadores y sus víctimas se establece una relación en la cual una gran mayoría, esa que no es capaz de pararse de la mesa de poker, termina mendigando un poco de comida por cualquier calle polvorienta, mientras una comunidad dominante roba y acumula poder y riquezas de una forma obscena y desconsiderada. 

La fascinación ejercida sobre la gente descansa en el conocimiento que tienen los estafadores de las debilidades de sus víctimas y de cómo utilizarlas. Cómo evitar caer en la trampa no está escrito en ningún libro de economía, está tallada en piedra en el templo de Apolo en Delfos, y dice en griego: “NOSCE TE IPSUM” cuya traducción es “conócete a ti mismo”. 

Efectivamente, conoce tus propias debilidades, atiende las señales y usa tus propios razonamientos antes de que el estafador se aproveche de ti para someterte y robarte.

@ajhocevar