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En el reciente informe presentado conjuntamente por la Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial: Las mujeres y el comercio: el papel del comercio en la promoción de la igualdad de género, se presentan evidencias de que la expansión del comercio puede impulsar a los países a mejorar las opciones de las mujeres y promover su participación en la economía. De acuerdo a los resultados de dicho estudio, empíricamente, los países que tienen un comercio más abierto, medido por la contribución de dicha actividad al PIB, muestran mayores niveles de igualdad de género, y este aumento está relacionado con un mayor nivel de educación y habilidades en la mujer.

Estos resultados no son novedosos en cuanto a la contribución de la mujer en las economías, de acuerdo a información publicada por la CAF, “existe un consenso generalizado entre organismos internacionales en que el empoderamiento de la mujer a través de la inversión en su nivel educativo trae grandes beneficios. Más allá de una evidente mejora en la productividad de las propias mujeres -que ya generaría un significativo impacto económico-, está demostrado que incrementaría los índices de nutrición y salud infantil, así como el desempeño educativo de los hijos”.

Leyendo estos interesantes estudios, no puedo evitar reflexionar acerca de la situación actual de Venezuela. La encuesta de hogares ENCOVI, que desde hace varios años sistemáticamente aplican las universidades Católica Andrés Bello, Central de Venezuela y Simón Bolívar, cuyos resultados más recientes se hicieron públicos hace pocas semanas, muestra una realidad dramática en nuestro país, de la cual, a efectos de este artículo quisimos hacer énfasis particularmente en los indicadores relacionados con la situación de la mujer, ya que por la naturaleza de la crisis, se estima que es ella quien recibe con mayor intensidad sus consecuencias.

Entre muchos indicadores referidos en dicha encuesta que ilustran el nivel de pobreza y la crisis humanitaria compleja que estamos viviendo, destacan, por ejemplo, el ya conocido y caracterizado éxodo poblacional, agudizado en los últimos años, y que ha causado una merma en la población que alcanza más de 4 millones de personas. De acuerdo a estos datos, en su mayoría han migrado hombres entre 15 y 39 años. Ha aumentado notablemente el porcentaje de mujeres jefas de hogar, que pasó de un 38% entre 2011 – 2018, a un 60% entre 2019 – 2020, con un promedio de edad superior a los 50 años, y en su mayoría, hogares unipersonales, es decir, mujeres solas. Esta situación ha incidido en una disminución de la participación de la mujer en la fuerza laboral actual, ya que deben dedicar su tiempo a resolver el día a día, haciendo las colas para obtener los alimentos, las medicinas, y en algunos casos, el dinero de su jubilación. Y todo esto sin considerar los efectos agravantes que ha sumado la pandemia en Venezuela.

Por otra parte, la disminución de la escolaridad también ha golpeado el segmento de adolescentes y jóvenes mujeres, el 16% ha dejado sus estudios de bachillerato por embarazo, cuidado de los hijos u obligaciones en el hogar, mientras un 22% no considera importante seguir. Claro, en un país en el que el conocimiento, la preparación, el mérito y el logro dejaron de ser referentes de avance y movilidad social, y en medio de una crisis como la que vivimos, ¿quién podría criticarlas por tomar esa decisión?

Lo anterior es un esbozo del difícil contexto en que se plantean los retos que tiene la mujer en Venezuela, no sólo para lograr la sobrevivencia propia y de su familia en medio de esta tragedia, sino para incidir en el cambio imprescindible de sistema que debe darse, así como para empujar, ya en libertad, a que la sociedad en su conjunto avance hacia un país próspero, de libre desarrollo, donde cada ciudadano pueda concretar sus sueños para sí y los suyos. A pesar del oscuro panorama, tengo la convicción de que la mujer venezolana tendrá un rol decisorio en el éxito y arraigo de dicho cambio en Venezuela, dada la naturaleza de su arrojo y decisión, que ha demostrado con creces en lo que ha sido la historia de los últimos 21 años, pero también en la génesis de la historia republicana de nuestro país.

Como estoy convencida de que, para mirar hacia las alternativas de futuro y diseñar los incentivos adecuados, es esencial tener un diagnóstico claro y correcto del punto de partida, comencé el artículo contrastando los avances en el mundo en cuanto a las oportunidades para el desarrollo de la mujer y la cruda realidad actual venezolana. Ahora bien, también está demostrado que como seres humanos con conciencia y criterio, somos capaces de ejercer la ciudadanía si tenemos los incentivos adecuados. Ello nos lleva a desarrollar nuestras capacidades humanas, con dignidad, y orientados a la búsqueda de hacer realidad nuestros sueños. Pero tratándose de la mujer en la Venezuela de hoy, para fortalecer esas capacidades, hay mucho trabajo que comenzar a hacer lo antes posible, porque hay una brecha de oportunidades que debemos acortar.

Para que un cambio radical como el que requiere Venezuela se arraigue, es imprescindible un sistema educativo acorde. Sin embargo, mientras el sistema idóneo se diseña y se implementa, estamos trabajando desde ya, en el diseño de actividades que lleven a las comunidades más agobiadas por la crisis herramientas para mejorar sus capacidades en cuanto a elementos clave que incidirán en su calidad de vida, así como en la toma de sus propias decisiones en función de sus intereses y proyecciones de futuro: información y estrategias nutricionales, de administración y autonomía económica y financiera, de emprendimiento, de salud sexual y reproductiva y de valores ciudadanos. Una manera de fortalecer al mismo tiempo líderes y liderazgo, y de acortar esas brechas de oportunidades de las que hemos venido hablando, es que quienes lleven esos contenidos a las comunidades sean mujeres, preferiblemente que provengan del mismo ámbito local, previamente capacitadas a tal efecto. En ese sentido, el eje focal para el diseño de las actividades que se proponen, está en su doble arista: por una parte la habilitación de capacidades individuales de las facilitadoras, y por la otra la generación de beneficios al poner en práctica dichas capacidades en su comunidad. Son muchos los estudios que demuestran que la educación y el conocimiento en niñas y jóvenes inciden en la disminución del embarazo adolescente, en el aumento de hogares funcionales, y en mejores capacidades para desarrollarse por sí mismas. Este es sólo un primer ejemplo de lo que es posible diseñar y hacer, para propiciar los incentivos correctos, y transformar la visión ciudadana en la comunidad.

La intención de este primer artículo en torno a este tema fue esbozar las conexiones entre la libertad, la generación de oportunidades y el libre desarrollo de las sociedades, en las cuales la mujer es un ciudadano más, aunque teniendo en cuenta que la situación de partida es crítica para las venezolanas, es imprescindible poner el acento en ellas al inicio. Estoy convencida de que habiéndose dado el cambio profundo imprescindible en Venezuela, en un ambiente de libertad, y comenzando a recuperar la capacidad creativa y productiva del país, mujeres y hombres contarán con oportunidades para que todo el que trabaje, prospere, avance, se supere junto a sus familias, como verdaderos agentes del libre desarrollo. Porque, a mi juicio, la disyuntiva en este caso no es de derechos, sino de oportunidades.

 

Coordinadora Nacional de Asociaciones Ciudadanas de Vente Venezuela