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Solo en medio de la desesperación o en un ataque de locura, un hombre que se considera Presidente de la República es capaz de anunciar, en cadena de radio y televisión que quiere que los militares vayan a lo buscar a los votantes a sus viviendas el día de las elecciones parlamentarias.

Tamaño disparate se le ocurrió esta semana a Nicolás Maduro, el hombre que habla con su mentor, el fallecido Hugo Chávez, a través de un pajarito, lo que le valió un puesto en la lista de los gobernantes más pintorescos de la historia, como Calígula que nombró senador a su caballo, Duvalier que se creía la reencarnación de un espíritu vudú o Idi Amín que se comía fritos a sus adversarios políticos, entre otros.

Peor todavía es que al máximo líder del chavismo actual le pareció una idea genial, una maravilla, sacar a punta de fusil y bayoneta de sus casas a los 20 millones electores que se niegan a participar en la farsa electoral convocada para el próximo 6 de diciembre.

Con su bigote erizado como si fueran de púas eléctricas, Maduro lanzó por radio y televisión el audaz proyecto para acabar con la abstención en Venezuela, bajo la excusa que se trata de un plan de bioseguridad para combatir el coronavirus en el que estaría trabajando para proteger a los electores.

“Es una idea maravillosa para proteger a los venezolanos y venezolanas y darle a la Fuerza Armada Nacional una responsabilidad extra, además de entregar el material electoral y las máquinas de votación, así como custodiar los centros de votación dentro de las tareas del Plan Republica”, dijo Maduro.

Tan extravagantes anuncios salieron de su boca como gallinas del gallinero. En tropelía. Aseguró que en los próximos días explicará el plan con todos sus detalles, sin embargo, de inmediato los ciudadanos rechazaron la medida a través de Twitter y otras redes sociales por considerarla coercitiva y una estrategia para obligarlos a ir a las urnas por la fuerza.

Como se sabe, la inmensa mayoría de los electores, de acuerdo con las investigaciones de opinión, han considerado esos comicios como una farsa electoral desde el primer momento que Maduro anunció la fecha para elegir una nueva Asamblea Nacional, que sustituiría la que preside actualmente Juan Guaidó.

Conviene destacar que estas elecciones parlamentarias también han sido rechazadas por más de 60 países, incluyendo la Unión Europea, que consideran que Venezuela no reúne las condiciones para un proceso electoral transparente, inclusivo, libre y equitativo.

Aquí y allá saben perfectamente que el objetivo de Maduro es designar una nueva Asamblea Nacional, cueste lo que cueste, que lo reconozca a él como Presidente de la Republica y no a otro, como sucede en la actualidad, en virtud del artículo 233 de la Constitución, que establece que el presidente del Parlamento se encargará temporalmente de la primera magistratura nacional en caso usurpación del cargo, hasta que se efectúen nuevas elecciones presidenciales.

Por eso Maduro alza la voz para que lo escuchen y hace ver que está dispuesto a utilizar todos los recursos a su alcance para que los electores participen en los comicios parlamentarios del 6D, incluyendo el uso de la fuerza bruta. Así lo consideren perturbado.  Todo, menos dar la impresión de su derrota.

“Si de Dios y mi comandante Fidel hablaron mal, ¿qué no dirán de mí?», dicen que comentó en susurros, mientras un pajarito revoloteaba por los jardines del Palacio de Miraflores.