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Todo comenzó con la burocracia

[Viene de parte 2: La gestión pública que queremos].

 

El primer paradigma de gestión pública propiamente dicho es la burocracia. Este es un modelo fundamentado en el gerencialismo clásico, que los funcionarios y los políticos –“los hombres de Estado”- fueron asimilando para la gerencia de lo público. Este modelo surge en Europa, en un contexto que venía del siglo XIX, cuando había una especie de consenso de que los servicios públicos debían ser proveídos por el Estado, “el guardián del bien general”. Y luego de la Segunda Guerra Mundial, con la devastación que sufrió Europa, con tanta gente que quedó sin nada, el Estado era el actor natural, si se quiere, para asistir a grandes masas de población que lo requerían.

La gran preocupación de los burócratas era cómo prestar servicios de manera constante. El ciudadano, entonces, ya sabía qué esperar del Estado: servicios prestados con continuidad. Para ello, la burocracia establecía garantías legales para esa prestación en masa de los bienes y servicios al ciudadano. Y planteaba siempre en las organizaciones estructuras jerárquicas, con claras diferencias entre quienes tomaban las decisiones y quienes las ejecutaban.

Podemos resumir la burocracia, su esencia, mencionando algunas proposiciones básicas del gerencialismo tradicional:

  1. El gerencialismo tradicional (y la burocracia) conciben al hombre como un decisor racional que se guía siempre por su interés.
  2. Las motivaciones iniciales de los empleados de una empresa o de una organización pública son siempre de índole económica.
  3. Siempre hay una solución, aplicando los métodos adecuados. La burocracia, con sus métodos preestablecidos, aspira dar las mismas respuestas a diferentes situaciones. La burocracia se enfoca en cómo resolver un problema; no en por qué surgió el problema.
  4. El gerencialismo clásico plantea que la armonía en el contexto de una organización es lo deseable. La burocracia ve al conflicto como algo negativo, porque va contra el orden.
  5. El gerencialismo clásico plantea que los problemas personales de los empleados de una organización no son importantes. Y este es otro principio en el que se basa la burocracia. Es decir, el burócrata dice: “No me interesan tus problemas; yo estoy para esto, tú sabes qué esperar de mí, toma”.

Estas concepciones son simplistas e ignoran el ámbito público de la gestión. Poco a poco se fue asentando la idea de que estos principios no eran garantía de buena gestión. Imaginemos a un gerente que plantee, por ejemplo, que el caos es malo; imaginemos a un gobernante, que debe hacer frente a caos constantes, decir que el caos es negativo. La vida humana es eso: un caos, está llena de problemas personales, las únicas motivaciones de los seres humanos no son las económicas, a todos los problemas no se les puede hacer frente con la misma solución con las que se resolvieron problemas anteriores…

Así, de manera paulatina y después de tantas décadas de éxito –porque sí, la burocracia fue exitosa–, se fue evidenciando que este paradigma se estaba desgastando. Porque tanto orden, tantas reglas, tantas rutinas, conformaban a una sociedad y a una instituciones rígidas e inhumanas. Es como un trámite súper burocrático que hay en España, que es el Número de Identidad de Extranjero (NIE), que es la cédula de identidad de los extranjeros residentes. Aquello se demora lo mismo para todos, pero el problema es que no todos necesitan lo mismo al mismo tiempo; entonces se plantea un problema de eficacia. Y eso es lo que le critican a la burocracia: endiosa las rutinas; viola aspectos trascendentales de la naturaleza humana, porque plantea que todos somos iguales y no es así; despilfarra, además, los recursos humanos de una organización, cuando por ejemplo no promueve el ascenso constante de los funcionarios, sino que se tiene que cumplir un tiempo equis establecido en la ley (siempre la ley) y por ahí se va la vida completa de los funcionarios. Los maestros venezolanos entienden muy bien ese problema.

En todas estas críticas a la burocracia, en su rigidez, en su jerarquía, en sus rutinas, etc., se fundamenta el siguiente paradigma, que es la Nueva Gestión Pública.

[Continúa en parte 4: La Nueva Gestión Pública]

 

Pedro Antonio De Mendonca