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Antes de la caída del muro de Berlín, el asunto estuvo dividido entre los países de economía dirigida, planificada y central, y los del libre mercado. Los unos, socialistas y, los otros, capitalistas. Por supuesto, que hubo matices marcados, pero esencialmente esa fue la distinción agregándole el reconocimiento o no de la propiedad privada. Acto demostrado, la Unión Soviética fracasó rotundamente y, por mucho que fue una superpotencia nuclear con cosmonautas y todo, no pudo ocultar más la realidad de la miseria, la pobreza, la asfixia, fruto de una implacable y larga dictadura en nombre del proletariado. Los otros países de libre competencia, con todo y sus problemas, dieron un ejemplo contrario de prosperidad, desarrollo tecnológico y científico, realización deportiva, entre otros.

Luego, el libre mercado, la propiedad privada y, por supuesto, las libertades públicas e individuales, quedaron consagradas como una fórmula universal que en última instancia, revindica mejor y convincentemente la dignidad de la persona y la distribución de la riqueza. Hay versiones como la alemana, pero nadie negará que la defensa es la de la propiedad y el libre mercado. Y para no abundar más al respecto, lo he señalado varias veces, a propósito de la pandemia tenemos el dramático contraste entre Corea del Norte, sojuzgada y aterrorizada, con hambrunas gigantescas a cuestas, y Corea del Sur que eficazmente puede afrontar y afronta el COVID19.

El régimen socialista arrasó con todo en Venezuela y, agigantado el Estado, devoró el poco o mucho desarrollo comercial e industrial que alguna vez ostentamos. Exacerbó la cultura ultrarrentista para acabar literalmente con la industria petrolera. Entonces, todavía hay quienes desean salir de Maduro para repetir la experiencia con fórmulas de un archicomprobadísimo fracaso. No  creen, como lo asegura Revanán Romero, que después de la venidera década de los treinta, los programas de uso alternativo de energía no golpearán duro al petróleo y que no todas las grandes inversiones desesperan por venir a un país que aniquiló la propia industria eléctrica. Sueñan con ese país rentista que no volverá y que urgentemente debe crear y trillar el camino del libre mercado. Vana ilusión.