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¿A quién (quiénes) subsidiamos los profesores y demás universitarios con nuestra labor diaria cuando no percibimos la contraprestación económica que merecemos? La pregunta puede y debe ser extendida a todo el espectro laboral venezolano. Al público muy especialmente: ¿A quién, a quiénes, favorecemos?

 

La «canasta alimentaria» por situar alguna referencia, se ha convertido hace años, muchos años, en ficción, en chiste de muy mal gusto. Las indicaciones laborales del texto constitucional, de los derechos humanos y de la Organización Internacional del Trabajo carecen de validez alguna hace no menos de una década en nuestro país. Acá no existe, mucho ha, relación laboral alguna, con alguna seriedad. ¿Por qué habría de esperarse seriedad en la ejecución del trabajo?

 

Entendemos que existe la necesidad de la preservación de las instituciones para un postergado momento que no llega, que se alarga y se vuelve a postergar indefinida e insoportablemente. Y allí hemos seguido hasta ahora, en esta recua, más o menos imperturbables, dando una batalla, también laboral, en función del sostenimiento del «país que vendrá», toda una quimera. Los alumnos insisten en sus necesidades de avanzar, de graduarse, de irse (el coravid-19 ha frenado el ansia, y no todos piensan en esa perspectiva; hay, desde luego un mínimo porcentaje con idea de anclar su vida actual y futura en esta región convulsa), las autoridades presionan y la tiranía a ellos para que se den cursos virtuales y se sostenga «el proceso», el educativo y el otro. A pesar de la demostrada imposibilidad de algo como eso aquí, con efectividad o sin ella.

 

He sostenido estos años, públicamente, la última vez, creo, en un evento de congregación laboral nacional en la UCV, que he venido sintiendo cada vez más que cuando trabajamos aceptando la humillación, el desprecio que nos expresan los sueldos y las condiciones socioeconómicas íntegras, ínfimas, respaldamos con nuestra actitud al régimen criminal. Que urgía, urge, una paralización completa de actividades, como un reto definitivo. Nunca como ahora veo las clara esa necesidad. Sencillo: ya no trabajamos. ¿Comer? ¿Vestirnos? ¿Vivienda? ¿Transporte? ¿Salud? ¿Recreación? ¿Ganas? Lo que hacemos no es un trabajo, es un deporte, una costumbre social. Nadie tiene cómo ni por qué reprocharnos que no hagamos lo que indican los tiranos. Que no cumplamos ninguna actividad. Ninguna. ¿Qué van a tomar las instituciones? ¿Que se apoderarán de los espacios físicos? ¿Qué arrollarán el país? ¿De verdad lo creemos? ¿Y nuestra vida? ¿Y la vida de la familia? ¿No nos enseña el coravid-19 una necesidad intensa de valorar cada vez más cada minuto?

 

O definimos esta situación en cuestión de días, o, ni el esterero, las cenizas, el estercolero, tendrán dolientes. La hora se pasó hace rato. ¿Cuántos componen el grupo de sátrapas que insolente e indolentemente nos someten? ¿No somos más? ¿Estamos cada vez más débiles? Diría que no. Diría justamente lo contrario. Demostrémoslo sin más ni tanto ambage. Sumemos ya los esfuerzos indispensables para el desplazamiento, para que algún esfuerzo laboral comience a cobrar sentido de nuevo, para todos.