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La vialidad en Venezuela no sufre los rigores del COVID19, sino del desdén acumulado por el régimen socialista. Obviamente, pocas veces transitada, debería mantenerse en pie, pero ya hay numerosas denuncias del derrumbe o agrietamiento de carreteras y autopistas en todo el territorio nacional. Hay estados que van quedando aislados y las otrora modernas rutas, ceden ante los viejos caminos y atajos.

Ocurre en las propias ciudades de cualesquiera dimensiones, con avenidas, calles y callejuelas. Peor es al llover. Muy raras veces, la usurpación hace rápidas reparaciones o remiendos, y esto, cuando un gran capitoste del poder es vecino del lugar. Del resto, no mueve ni un dedo. Además de no alumbrar, se cae un poste y jamás es reemplazado. Un hueco en el asfalto es sólo ocasión para que un ciudadano piadoso ponga un aviso de advertencia. Ya el aislamiento es entre urbanizaciones y barriadas, porque los caminos son promesas seguras para el eventual daño de vehículos o una caída del distraído peatón.

La conclusión es evidente: Maduro está fragmentando al país. Lo quiere como un archipiélago de comunidades francamente aisladas, pues, esos grandes capitostes son los que pueden ir de aquí para allá con sus carros blindados y sus escoltas motorizados, o con sus avionetas que pueden posarse para una fiesta en Los Roques, como se supo, y hacer de un yate el nido de Covid 19. Por ello, uno de los grandes retos de la transición será el de comunicar e intercomunicar a Venezuela, por aire, mar o tierra. Un niño ya crecido o adolescente, no se imagina que años atrás, cualquiera podía agarrar un carro, un autobús o un avión comercial e ir a cualquier lado del país o de la ciudad. So pretexto del COVID19, mal intencionadamente negligente, el socialismo desea nuestra fragmentación en islotes resignados.