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El mayor error de una sociedad, es tratar al buen ciudadano y al mal ciudadano de la misma manera. El buen ciudadano se desanima y el malo no mejora.

Esa cualidad o acción por la que una persona se hace digna de un reconocimiento por su esfuerzo se conoce como mérito, palabra de origen latín merĭtum que significa «debida recompensa», a su vez de mereri que expresa «ganar», «merecer».

El mérito, es un valor exaltado por la cultura moderna. Desde niños, se nos dice en casa; “estudia y tendrás un futuro mejor”, “he logrado todo lo que tengo con mucho esfuerzo”, “todo este esfuerzo que haces ahora, te será recompensado”, “nada es gratis, todo merece un sacrificio”, todas estas expresiones, son habituales a lo largo de nuestras vidas, hasta hacerse parte fundamental de nuestro carácter.

Bajo la premisa de, las posiciones jerarquizadas son conquistadas con base al merecimiento, en virtud, del talento, educación, competencia o aptitud específica para un determinado puesto de trabajo, encontramos la base del sistema meritocrático o el concepto de meritocracia.

No dudo que deben existir criterios de valorización para empleados o quienes optan por cargos, tanto en la administración pública como en las organizaciones privadas, y así poder desempeñar las funciones de acuerdo a sus capacidades y habilidades obtenidas, de esta manera se combaten las preferencias por motivos consanguíneo, de sexo, raza, religión o ideología y la arbitrariedad en las selecciones.

Esta última idea se encuentra estrechamente  asociada, por ejemplo, al Estado burocrático, siendo la forma por la cual los funcionarios estatales deberían ser seleccionados para sus puestos de acuerdo a sus capacidades (a través de concursos, por ejemplo). O también, más comúnmente asociado a los exámenes de ingreso o evaluación en las escuelas, en las cuales no hay discriminación entre los alumnos en cuanto a las preguntas o temas propuestos. Así, la meritocracia también indica posiciones conseguidas por mérito personal. Nada más justo en una sociedad que está en la búsqueda de mayor eficacia.  Mayor eficacia y menos arbitrariedades, pudieran ser los principales argumentos para defender el sistema meritocrático.

El pensamiento liberal clásico, estimula la cultura del esfuerzo individual, al contrario de los sistemas intervencionistas que suelen recompensar a quienes no lo merecen para ganar su estima y lealtad, en un perverso circulo clientelar.

La cultura del esfuerzo apunta a recorrer el camino sin el amparo de atajos o rutas cortas. Esto implica emprender, con formación, con planificación y persistencia, el trayecto que se exige para acreditar por la vía de la dedicación.

No se puede dar lo que no se posee. Mal pudiera darse la responsabilidad de practicar una operación a corazón abierto a un mecánico, y muy probablemente el medico cirujano no podría armar un motor de combustión. Tal vez burdo el ejemplo anterior pero también hace referencia a los méritos, cada uno se habrá formado para su oficio y así, llevar a cabo con eficacia la labor encomendada.

Cada individuo debe formarse según sus inquietudes y capacidades, para poder ser útil para sí mismo y para su entorno, en la medida que los ciudadanos sean más capaces, la sociedad será más eficaz, los ciudadanos gozarán de mayor y mejor calidad de vida, cada uno ocupara un puesto reconocido dentro de la sociedad y sin duda obtendrá la manera más digna de vivir con la satisfacción de estar desarrollando bien su trabajo y pudiendo exigir que sus conciudadanos también realicen bien sus tareas.

“Como amo la libertad, tengo sentimientos nobles y liberales; y si suelo ser severo, es solamente con aquellos que pretenden destruirnos” Simón Bolívar.

 

@levillegas2.