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El martes escuché la cadena. El lunes también. La del martes estuvo orientada a una discursividad militar. La del lunes fue un descarado acto político-partidista de vergonzoso ventajismo, incluso para sus limitadas aspiraciones electorales (las de los opresores y sus secuaces). Ambas cadenas, seguidas, denotan el nerviosismo evidente del régimen que ahora sí deja filtrar públicamente su tambaleo.

En la última alocución encadenada me surgieron varias ideas. Caí en cuenta que el aniversario de la Guardia Nacional fue precedido de la expulsión de cientos de militares sin aparente mayor trascendencia. En ellos todo viene o va tapareadito. Caí también en cuenta que ascendieron más a un general que es vicepresidente para servicios públicos del régimen usurpador. No será por los servicios públicos o por sus públicos servicios.

Me volvieron a llamar la atención, por ridículas, en forma y fondo, las maneras de enunciar esas arenguillas, esas letanías, esos lemas gastados, en retahíla, incongruentes con la realidad diaria, incluso militar: «Chávez vive, la patria sigue», «Independencia o nada», «Viviremos y venceremos», «Independencia y patria socialista», «Leales siempre, traidores nunca». Los comento levemente, porque hasta en su intencionalidad simbólica resultan risibles, cuando menos. Chávez no vive, por suerte, y la «patria» sigue dando tumbos en su derrumbe provocado. ¿Independencia? Preguntemos en: China, Irán, Rusia o Cuba, por ni ir tan lejos. ¿Viviremos? ¿Venceremos? Hasta el coravid-19 dice cosas adversas. ¿Leales? ¿A quién? ¿A un partido político artificioso y menoscabado? ¿Al tirano? A la constitución y el Estado es obvio que no han sido leales. Traidores sí. ¿Patria socialista? ¿Dónde está eso?

Me parcaté también de que por acá por Guaicaipuro, Los Teques, Tácata y Paracotos, en estos días, se han movido militares con ruido. Precisamente de la Guardia Nacional, y han convocado con apuro a presentarse a los milicianos. Me preguntaba: ¿Les pagan? ¿Cuánto? Son un componente extraconstitucional, por tanto inconstitucional de los militares. Y así (des) lucen. Desganados. A pesar del uniforme nuevo y hasta bonito. A pesar de que los enseñen a disparar, a pararse firmes, a dar los pasos con las botas. Son los sirvientes sin paga (voluntarios) de los otros militares de los mal pagados y de los que se «rebuscan», y ellos lo saben. De los que trafican con la comida, con los reales, y otras mercancías, y ellos lo saben. Son sirvientes con años, muchos. Con panzas, muchas. Con angustias de no tener alimentos siquiera que llevar a la casa. A veces les tiran algo. Una bolsa extra con las pequeñeces de harina, pasta y arroz. Lo que va quedando, y los utilizan. Y los recompensan con esperanzas de mejoría familiar que nunca, así, llegará. Lo saben.

Ni siquiera pueden gritar su servidumbre entregada al poder que los desprecia, usándolos. Ni siquiera pueden alcanzar a proferir una frase militar legendaria: «Dame palo fresco». «Dame palo, fresco». «Dame para los frescos». Dame. Y ofrezco. La milicia es otro descarado y despreciable exceso.