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En días recientes, a raíz de las dudas generadas en torno a la exigencia de claridad y rendición de cuentas por algunos ciudadanos ante las recientes decisiones emanadas de la legítima Asamblea Nacional, por la aprobación de la «Ley Especial de Contrataciones Públicas Asociadas a la Defensa, Recuperación, Aseguramiento y Resguardo de los Activos, Bienes e Intereses del Estado Venezolano en el Extranjero» y por la designación de los nuevos integrantes de la Junta Directiva de la Empresa CITGO Petroleum Corp. Leí un comentario en las redes sociales, donde se planteaba que a los únicos que debemos exigir rendición de cuentas, es a los criminales que usurpan el poder y ocupan el territorio.

Este planteamiento proscribe el derecho a dudar o inclusive a criticar. Sugiere asumir la vieja práctica política del “Laissez faire et laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar). Porque seguramente el autor considera que hay unos ungidos que “saben lo que hacen”, y pretende que los demás hagamos un silencio militante. Sinceramente creo que se equivoca, porque si supieran lo que hacen, ya habríamos salido de esto hace rato. Este tipo de actitudes, nos impiden avanzar.

Es una suerte de nihilismo ético, donde es aceptable y en algunos casos hasta justificable la realización de acciones erróneas, dependiendo de quién las realiza. Bajo esta premisa, nada es moralmente correcto o incorrecto. Bajo este cuestionable relativismo moral, la opacidad administrativa y la corrupción no son buenas ni malas, y lo que es peor, la democracia y la libertad podrían considerarse como valores relativos, sin mayor importancia y, por lo tanto opcionales, porque lo único importante en el juego sería acceder al poder, quitar unos, para que se pongan otros, ¿o no? Pues no, en esto, no sé pueden hacer concesiones, porque lo que empieza mal, por lo general, termina peor.

Los ciudadanos, debemos interiorizar y entender que la rendición de cuentas de los funcionarios públicos, contribuye a fortalecer la transparencia de la gestión administrativa de los gobernantes, quienes -constitucionalmente- están al servicio de los ciudadanos, y sus actuaciones se fundamentan en “los principios de honestidad, participación, celeridad, eficacia, eficiencia, transparencia, rendición de cuentas y responsabilidad en el ejercicio de la función pública, con sometimiento pleno a la ley y al derecho”. Es decir, rendir cuentas no es un acto voluntario, sino de obligatorio cumplimiento. Ningún funcionario público está exento de esta responsabilidad, y menos aún en momentos cuando la opacidad administrativa ha sido un cáncer que ha minado la confianza ciudadana sobre los funcionarios públicos. Así que no podemos relajar estos fundamentos.

Si relativizamos nuestros valores, y aceptamos la corrupción y falta de transparencia de los funcionarios públicos, como hechos naturales, entonces por analogía, estaríamos restando valor a la libertad y a la democracia, porque todo sería relativo dependiendo de quienes ejercen el poder, esto devaluaría su valor y atractivo. ¿Cómo explicar esto a los ciudadanos, que con toda razón desconfiamos y que aspiramos mucho más de lo que tenemos?.

Hoy todavía muchos se niegan a reconocer que enfrentamos un complejo ecosistema criminal, donde conviven: grupos terroristas y paramilitares extranjeros con operaciones y control territorial en más del 50% del territorio nacional. Paramilitares urbanos disfrazados de colectivos en las principales ciudades del país y pranes en todas las cárceles. Quienes además, para conservar sus espacios requieren de la existencia de facilitadores, como Alex Saab, y de apaciguadores y los colaboracionistas como algunos de los que hacen vida en “la mesita” que sirven a los propósitos del régimen, algunas veces por ingenuidad, y algunas otras por conveniencia.

Aquí no hay manera de dorar la píldora, corresponde exclusivamente al gobierno interino hacer las gestiones para aclarar el panorama; para mejorar su imagen; y para buscar y encontrar los refuerzos necesarios para lograr una coalición liberadora con los aliados internacionales. Nuestra realidad política es complicada e inédita. Insistir en negarlo es peligroso. Es imperativo, dejar a un lado el reduccionismo, con el que se pretende simplificar una circunstancia que es extremadamente compleja. Si nos equivocamos podemos estar mucho peor. Por lo tanto, es ineludible para el liderazgo político, pisar tierra, reconocer errores, enmendarlos, rendir cuentas y empezar a actuar con responsabilidad, para poder superar en el menor tiempo posible nuestra tragedia.

Pedro Galvis
@pgalvisve