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Sin miedo alguno. El Estado tiene la obligación de descargarse de la rémora de pesadas empresas que en sus manos políticamente comprometidas se hacen más disfuncionales e inactivas.

Todas esas empresas expropiadas malamente deben regresar de inmediato a quienes  deben y saben manejarlas con su talento y su experiencia. Debe acabarse, partiendo de estas acciones, con la visión clientelar de la nación. Con el sentido populista y, peor, partidista, de carnet, de las industrias, de toda empresa, del comercio. En ese sentido, el Estado debe reducirse al mínimo burocrático posible y manejable, desembarazándose de los estorbos que más bien deben pasar a convertirse de pútridos desaguaderos económicos para sostén de perezosos adosados al régimen, como ahora ocurre, en productoras gananciosas que generen verdaderos ingresos útiles a través de los impuestos. El plan debe revertir absolutamente la destrucción generada por la descabellada acción del Socialismo Siglo XXI.

Desde las productoras mínimas de alimentos: café, azúcar, semillas, arroz, cacao, lácteos, etc; arrebatadas a sus dueños por la tiranía; pasando por las dedicadas a los servicios, porque: ¿qué hacemos pagando mensualmente a empresas inservibles de telefonía, de agua, de electricidad, de gas, de transporte, a precios ridículos que las convierten en casi inexistentes, si no cumplen mínimamente sus funciones? Éstas deberán tener sus concesiones adecuadas y condicionadas a la eficiencia y productividad, renovables, por supuesto.

El gobierno que supla a la opresión debe involucrarse lo menos posible en la producción y comercialización y, más bien, facilitarlas en todo para entregarse plenamente a las que sí son sus responsabilidades irrenunciables, aquellas tal vez obligantes: educación, salud, cultura, deportes, vialidad y ornato público, seguridad, construcción de las grandes obras de infraestructura y vivienda, mínima administración política del Estado. Lógica, evidente, transformación contraria en absoluto a los despropósitos comunistas que arrastraron al país a esta destrucción que nos ha traído a este caos, a esta desproporcionada tendencia al acabamiento generalizado que estamos obligados a contener con el trabajo productivo de todos y la indispensable ayuda internacional hasta la estabilización y el crecimiento.

La demostración más fehaciente de la improductividad de esas empresas e industrias expropiadas la encontramos en la entrega, casi regalada, del subsidio alimentario de las bolsas y cajas «CLAP». Ninguno de sus productos es hecho en Venezuela. A la par de irlas reduciendo hasta la extinción, forman parte de un conocido negocio de importación de alimentos del cual debe sustraerse de inmediato el Estado para propiciar el más libre mercado. Las posibles ayudas sociales deben organizarse y administrarse de otros modos.

La libertad indispensable de conquistar en el país no es sólo política. Incluye en su haber necesario todas las libertades humanas, sin descuidar las de asociación, de empresa y todas las económicas. Una libertad a medias, tasajeada, no será suficiente. La libertad es un gran concepto, abarcante y pulcro tanto como indispensable para la felicidad individual y, en su sumatoria, del total de los ciudadanos.

@WilliamAnseumeB