Ya desde los tiempos de los sabios de Grecia, con la notable excepción de Pericles, Platón y Aristóteles, se inclinaron por la formulación estatista frente a las competencias del individuo. Sentaron las bases filosóficas de un pensamiento que persiste hasta hoy, de manera muy arraigada y sobre todo, en las sociedades con notables niveles de atraso, esto es, que se sitúa el lugar del bien y las acciones virtuosas en el Estado, con estricta subordinación de los individuos a las instancias estatales. Los “clásicos” se deslizaron ilegítima y erróneamente hacía la identificación de la sociedad con el Estado y, por consiguiente, consideraron al Estado como el órgano principal de las acciones virtuosas.
Observemos con detenimiento las siguientes palabras de Platón de Atenas:
“De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse, o comer… sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, ya tornarse totalmente incapaz de ello.”
La idea principal del párrafo anterior, adaptada a los “tiempos modernos” que vivimos, permanece subyacente como un dogma, en el criterio “objetivo” de no pocos gobernantes y, peor aún, de la mayoría de los gobernados en las sociedades que aun no logran superar el atraso y el subdesarrollo y que, continúan buscando las causas del desastre en los individuos que forman gobierno sin atreverse a confrontar con un mínimo de escepticismo, la relación existente entre la centralización del poder y las distorsiones sociales.
Karl Marx creyó haber descubierto en la propiedad privada el origen de todos los males, luego John Hobson “colaboró” con la tesis del imperialismo, es decir, que los países ricos debían su progreso al saqueo de los hoy países empobrecidos, idea popularizada por Lenin. La mezcla de estas dos falacias, que son a resumidas cuentas, la columna vertebral de los argumentos “científicos” de los marxistas leninista, ha significado un coctel en extremo nocivo y hasta ahora, un obstáculo infranqueable para el desarrollo allí donde este último es un fantasma.
Continúa en una segunda entrega…
Coordinador estadal de formación de cuadros de @VenteBarinas