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(Bogotá. 09/06/2020) En los años 80 hubo una película que fue más famosa que el propio libro de Umberto Eco que le sirvió de inspiración. Las escenas finales de «El nombre de la rosa», dramáticas e impactantes,  refirieron al incendio de la magnífica biblioteca de la abadía, provocando inmediatamente la indignación de la audiencia. Ahora mismo, es lo que ocurre con la piromanía del régimen socialista que se ha cebado contra la colección de libros de la Universidad de Oriente (UDO) del estado Sucre, mostrándonos unas fotografías que  provocan un inmenso dolor. La universidad es considerada por la dictadura como una de sus principales enemigas , está devorada por las llamas, provocando además todas estas quemaduras en el corazón de la ciudadanía desesperada.

Recordemos que son veinte años en los que se ha llevado por el medio al libro. Las bibliotecas sobrevivientes sin las del siglo XX, ya muchas de ellas bajo la capa espesa de los ácaros y, ahora, de las cenizas. Mientras que en otros países la pandemia ha sido pretexto para realzar el servicio digital de sus bibliotecas, acá ha sido motivo para el morbo descarado. No olvidamos que la negra pasantía de Diosdado Cabello por la gobernación de Miranda, que se tradujo en la conversión de más de cinco mil libros de las bibliotecas públicas, en una vulgar pulpa destinada para otros fines. Las toneladas de libros se fueron al basurero, sin que jamás respondiera por la atrocidad.

Lo que quiere la camarilla criminal en el poder, es una sociedad de ágrafos, delatores y sobrevivientes. Fue una gigantesca coba aquella de la superación del analfabetismo en cuyas campañas se fue un chorrero de reales que están hoy en los paraísos fiscales. Y ya sabemos que son capaces de arrasar con lo más preciado a través del fuego. Nada casual, quemaron los depósitos del Consejo Nacional Electoral (CNE) de Caracas para que no hubiese rastro alguno de las tropelías, diciendo justificar las nuevas compras dizque para el fraude parlamentario en camino.  Así son ellos, le echan más gasolina al fuego.

Juan Pablo García