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Al enemigo se le derrota o él vence. El pacto, claudicación o capitulación con él es un evento necesariamente posterior al proceso que conduce al triunfo de una u otra de las fuerzas en pugna. 

Dejémonos de sandeces eufemísticas. En Venezuela existe una guerra. Una guerra abierta, con sus muertos, con su sangre, sus heridos; con sus batallas casi diarias, con sus prisioneros, con sus evadidos, con sus perseguidos y acosados. Una hostilidad febril, continua, que atormenta indeciblemente la sobrevivencia en la que nos encontramos. Difícil no apreciarla en toda su feroz magnitud. Una guerra, desde el poder tomado, contra una ciudadanía indefensa, desarmada, que resiste y lucha con herramientas civiles e institucionales (sus armas). Una guerra del despotismo en ejercicio contra demócratas, aspirantes a la libertad. Una guerra nuestra contra la tiranía que nos tiene secuestrados, sometidos, en tanto individuos, en tanto comunidades y en tanto instituciones (ya de hecho infuncionales) conformadas para la vida democrática. 

Los conceptos siempre ayudan. Me voy a dos sentidos claves. «Enemigo» en su equivalente a: «El contendiente en una lucha». Y «Resistencia» como: «La que ejercen los habitantes de un territorio ocupado por medio de acciones no violentas y evitando el enfrentamiento con el ocupante». Una salvedad: el enfrentamiento se ha dado, para demostrar que no nos encontramos en una lidia con quienes son capaces de aceptar errores y recapacitar, sino en una fase muy avanzada en la intención de liquidamos en este combate. Cualquier pelón al respecto de la interpretación de lo que nos ocurre puede derivar, como lo ha hecho recurrentemente todos estos años, en una recomposición del enemigo para insistir, para perfeccionar su despiadado ataque. En ese sentido, valoro muy positivamente las recientes posiciones de Tuto Quiroga, de Luis Almagro y la de ayer mismo de María Corina Machado en El Mundo de España. Sumadas a la claridad y liderazgo internacional que ha asumido el gobierno de Donald Trump en los EEUU, en conjunción con otros países del hemisferio, con respecto a nuestra trágica situación de guerra en Venezuela. 

Una guerra muy desigual, desde luego. Pero que algunos obtusos políticos, tal vez en el cuido de sus intereses personales o grupales como partido; además, guiados por intervenciones eclesiásticas, especialmente del Papa y otros religiosos ñángaras, sumados al enceguecimiento rojo de la ONU, se niegan a calibrar con la necesarísima claridad que ya, hace mucho, es urgencia. No podemos esquivar la ayuda indispensable para ganar esta guerra abierta. Para hacerlos claudicar y capitular.

Ellos cuentan con indudables apoyos internacionales en todo sentido: comunicacional, de espionaje, de represión, de recursos, de armas, de estrategias, de terroristas de variada índole, del narcotráfico, hasta de factores diplomáticos. Mientras algunos de los líderes de nuestra, en oportunidades ( demasiadas) ambigua, oposición se siguen preguntando qué hacer o proponen absurdos como: «amnistía», «diálogos», «pactos», «acuerdos», «elecciones» y la descabellada «cohabitación» (con el enemigo) para un gobierno de transición. Lo que representa la entrega, la rendición, la sumisión, el darnos para continuar sometidos. Son capaces de buscar y llegar a pactar (con quienes afirman, por cierto, no querer hacerlo) con los contrincantes asesinos, antes de generar un verdadero pacto unitario de oposición para arrebatarles el poder con el uso de las herramientas previstas en los acuerdos internacionales y en nuestra constitución, con la ayuda de los países democráticos amigos. 

El Pacto de Punto Fijo fue enfático en dejar fuera a los contrincantes, aún antes de ganar la guerra contra la dictadura. Un convenio de lucha para la obtención del poder en busca de la democracia, la libertad y la convivencia más pacífica. En el caso actual no hay pacto posible con la fuerza contraria, antes de la derrota de ese enemigo, ésa que debemos propinarle haciendo uso de todas las herramientas disponibles. Deben haberse agotado ya la mayoría de las cartas, previas a la acción definitiva, que había sobre la mesa. Llegó el momento de usar  (echar) el resto. No estamos solos para ello.