Skip to main content
immediate bitwave Library z-library project books on singlelogin official

Recuerdo que hace unos días, discutía con una persona cercana sobre de por qué había empresarios que dejaban mucho que desear en su forma de tratar a clientes y empleados por igual. Ella defendía a capa y espada que sencillamente eran individuos de la estatura moral de un pigmeo y sin ninguna calidad ética. Personalmente, no afirmé ni desmentí su afirmación sobre la integridad de aquellos, sino que me centré mi atención en la naturaleza del sistema.

A priori, sabemos que nuestro deber es tratar a las personas con un mínimo de respeto debido a su dignidad como personas. Siguiendo esa línea de ideas, la valoración del talento humano, la preocupación por el bienestar del personal, las oportunidades de crecimiento y mejora dentro de la empresa o las bonificaciones e incentivos a la producción no son ni serán tareas obligatorias del empresario para dignar a sus empleados.

El empresario ha dado una oferta de trabajo. Ya eso es suficientemente digno, pues nada dignifica tanto como el trabajo. Lo sé, hasta el momento puedo sonar desalmado, pero es así. Habrá hombres de negocios que pensarán que con eso basta y nada más. Probablemente si les llega  a funcionar tratar a sus empleados de esa manera, lo sigan haciendo pues lo que no se ha roto, no se arregla.

No obstante, sí hay algo roto, el sistema está roto. En Venezuela no existe competitividad y en la medida que los mercados no son competitivos, se distorsionan creando oligopolios o monopolios. Es el caso de ese empresario del que discutía hace unos días. Pasó a tener una posición monopólica sin competidores reales que pudieran hacerle mella a su cuota de mercado y por lo tanto se ha permitido el lujo de imponer condiciones de pago cada vez más duras a los clientes y de incurrir en la explotación laboral y el menosprecio de su equipo de trabajo.

¿Eso está bien? No ¿Debería el Estado meterlo preso o multarlo? Tampoco. En cualquier otro país sencillamente se buscaría otro proveedor y otro empleador. En Venezuela, tristemente, ese es un lujo que no siempre podemos darnos. No se trata de la bondad o la candidez del empresario sino de su imperante necesidad por sostener relaciones de valor con sus clientes, de retener el personal talentoso y experimentado para así mantenerse delante de sus competidores.

Por ello, la competencia nos hace mejores. Exige de nosotros una conducta más eficiente pero también más humana; las grandes escuelas de negocios a nivel mundial han virado a un enfoque de gestión del liderazgo que prioriza justamente eso: la integralidad del mando de la empresa valorando a cada integrante del equipo. En definitiva, lo mejor es competir.

Que se abra la liza.

@lorenzoerv