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Podemos resumir que el banco central es el organismo que tiene a su cargo el control, supervisión y regulación de la cantidad de dinero que circula en la economía. Se encarga de diseñar y ejecutar la política monetaria, (claramente establecidas en la ley) con el propósito de incidir sobre el costo del dinero, y disponibilidad de crédito, tanto para el comercio como para la creación y distribución de bienes y servicios. Se vale de dos políticas: una de signo contractivo y otra de carácter expansivo.

Para el logro de sus objetivos, un banco central consta de tres instrumentos: Operaciones de Mercado Abierto (OMA), el redescuento y el encaje legal. Entre sus funciones está, preservar el valor de la moneda, estabilizar el tipo de cambio, mantener la estabilidad de precios en el sistema financiero y contribuir al crecimiento económico.

Increíblemente, muy pocos economistas y políticos se han cuestionado la creencia universal del esquema monopolístico de un banco central, (escuela keynesiana) como mejor opción en la emisión y circulación de medios de pago, y como mecanismo más idóneo para que los países gocen de soberanía monetaria. Aunque este concepto no queda muy claro, ya que, al parecer, implica hacerse del poder para coaccionar una sociedad por medio de un sistema monetario y la capacidad de generar altas tasas de inflación.

Recordemos que el Estado inició el proceso de acuñación, por la necesidad de  garantizar la pureza y el peso de los metales nobles, por el alto nivel de complejidad que requería el proceso de aquilatamiento y certificación de su peso, lo cual se convertía en un costo de transacción y eventualmente, en una desventaja para facilitar los intercambios de bienes y servicios (principal función del dinero).

Pero los gobiernos se dieron cuenta de lo altamente lucrativo que era poseer el poder monetario. De esta manera, aplicando estrategias jurídicas, se hizo de los medios para establecerse el privilegio exclusivo de la emisión e implementación del curso forzoso de su dinero, con el cual podría financiar el gasto público y, de esta manera, evitar aumentar la presión de los impuestos como principal vía de ingreso.

De este modo, ya dejaría de existir la libertad de los individuos, en cuanto a alternativas del uso de moneda como forma voluntaria y el proceso competitivo de la acuñación privada.

Históricamente, a medida que se fueron perfeccionando los procesos mercantiles, para disminuir los riesgos y los costos de transporte, los comerciantes crearon casas de depósito de monedas. En contraparte de dicho deposito, el depositario entregaba un recibo por el monto correspondiente. El comerciante se beneficiaba de las comisiones del referido servicio. Estas casas de depósitos de convirtieron en lo que hoy conocemos como banco y los recibos a su vez, en billetes bancarios.

Debemos comprender que en el caso de los depósitos, el elemento primordial es la custodia del dinero,  no hacer uso de ese dinero y destinarlo al préstamo, por la sencilla razón de que el banco no es dueño de dicho depósito. En el instante en el cual el prestatario suministra el dinero recibido como depósito, a la vista, lo que estará  realizando es una doble disponibilidad de dinero,  de esta forma estará creando dinero de la nada, a lo que Keynes llamo el efecto multiplicador.

Igualmente, en la medida que los bancos o el banco central expanden el crédito, bajando las tasas de interés por debajo del nivel natural de forma artificial, produce un desequilibrio, generando inversiones que bajo la tasa de mercado no se hubiesen producido, aumentando en gran medida un auge de inversiones, los cuales, al momento del ajuste de la tasa real del mercado, van a reflejar la mala asignación de los recursos productivos a nivel microeconómico, trayendo como consecuencia la fase de crisis y depresión, llamados ciclos económicos.

Bajo un sistema de banco central con la reserva fraccionaria, los banqueros (gozando de sus privilegios) y teniendo al banco central como prestamista de última instancia para sacarlos de los apuros, (creando la liquidez necesaria para salvar a los bancos privados), van a tender a operar irresponsablemente sin sentido de riesgo, con una política de expansión de créditos mucho más inestable e insolvente, trayendo resultados desastrosos para la economía de un país.

Como alternativa, está un sistema con coeficiente de caja 100 por ciento en relación a los depósitos a la vista, como el implementado por el Banco de Ámsterdam a mediados del año 1609, que le permitió sobrellevar varias crisis y gozar de una gran confianza y solidez por más de 150 años.

Por otro lado, la banca libre (Free Banking), bajo la ausencia de regulación y control del Estado, sin la imposición del dinero de curso forzoso, donde exista plena libertad por parte de los bancos para operar bajo el coeficiente de reserva fraccionaria, que creyeran conveniente y sostenible, en donde los bancos no cuenten con un prestamista de última instanci, que saldría al rescate en caso de no poder atender la devolución de los depósitos.

De esta manera el sistema bancario se vería en la obligación de auto-regularse. Tendría que operar responsablemente para mantener la confianza, para asegurar mayor rentabilidad y una clientela sostenible. Posiblemente bajo este sistema habría fluctuaciones económicas y no ciclos económicos como son producidos bajo una banca central.

Y con todos los avances disruptivos de la tecnología, aparecen las criptomonedas, dinero digital bajo un sistema criptográfico que trabaja con la tecnología Blockchain, operando en un entorno descentralizado que se ejecuta sin la necesidad de un banco central, con la imposibilidad de monopolizar.

Se puede pensar, a futuro, en la consolidación de las criptomonedas como medio de cambio por excelencia, ya que la demanda de este dinero cada día se vuelve más general y constante, cumpliendo con las características de buen dinero, relativamente escaso (caso Bitcoin, Ethereum, etc.). Las criptomonedas son durables (depósitos de poder adquisitivo), fácilmente fraccionables, sencillas de transportar (a cualquier parte del mundo), simples de almacenar y poseen un alto nivel de dificultad para falsificar.

Todas estas características hacen que cada día aumente el nivel de aceptación de las monedas electrónicas como medio de intercambio. Se puede decir que Bitcoin y otras criptomonedas, (dependiendo de su estructura) impiden la concesión de privilegios.

Hay que entenderlo, se necesita disponer de dinero con la calidad necesaria para que la economía funcione correctamente, respetando lo esencial del ser humano, libertad de elección. Nos cuesta imaginar un sistema económico sin una moneda deflacionaria, donde ningún gobierno pueda llegar a controlarla para sobre-endeudarse. Dejemos atrás el mito negativo de la espiral deflacionaria, que no es más que el ajuste que repara los efectos de la mala inversión generalizada, inducida por años de inflación crediticia.