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La noticia más importante a nivel regional, la semana pasada, fue la visita del Papa Francisco a Chile y Perú, la sexta a la región en lo que va de su papado. La más complicada de todas.

Chile es un país, caracterizado, en los últimos años, por su alejamiento de la iglesia católica – hace 30 años el 80% de los chilenos se declaraba seguidor de esta rama del cristianismo; la cifra ha caído al 60%-, una relación que además se ha visto perjudicada por denuncias de abusos sexuales.

En los últimos años, 80 sacerdotes y religiosos católicos han sido acusados por abuso sexual. De ese total, 45 fueron condenados por la justicia civil o canónica, y de ellos 34 tienen como víctimas a menores.

La visita del Papa no parece haber ayudado mucho a que los chilenos se acerquen nuevamente a su iglesia. En su último día en ese país, el pontífice enojó a algunas víctimas de los abusos sexuales a menores al defender al obispo de Osorno, Juan Barros, quien ha sido cuestionado por haber encubierto supuestamente esos hechos.

En Perú la realidad fue diferente. Miles de creyentes lo recibieron y acompañaron fervorosamente en las diversas actividades programadas en la ciudad amazónica de Puerto Maldonado, la norteña Trujillo y Lima, donde el domingo celebró una misa de cierre ante más de un millón de personas.

Cabe destacar que no es la primera vez que la visita de Francisco genera noticia tanto donde va como donde no va. Una ola de descontento regional crece, no sólo en su país, Argentina, donde la gente se pregunta, cada vez más indignada, cómo puede ser que, por motivos políticos, el Papa no haya visitado aún su propia tierra.

También en Bolivia existe molestia en algunos sectores, debido a la indiferencia del Vaticano ante evidentes atropellos y abusos del gobierno de Evo Morales, los cuales se han profundizado en las últimas semanas.

Sin embargo, no debe existir un país en la región que sufra más la indiferencia y el silencio del Papa que Venezuela. El hecho de que haya estado en Chile y Perú mientras ocurre todo lo que ocurre en el país sin haber dicho nada, es sencillamente incomprensible.

A pesar de que la iglesia venezolana ha sido firme y clara ante la barbaridad que vivimos, el Vaticano ha optado por callar y, muy de vez en cuando, emitir opiniones débiles e insuficientes ante una tragedia humanitaria sin precedentes.

No es una novedad que el Papa, además de ser un incuestionable líder religioso para los católicos, es también un jefe de Estado e, incluso más que algunos de sus predecesores, un actor político de gran relevancia.

En este último rol, Francisco no es infalible. Lo ha demostrado muy a nuestro pesar en el caso venezolano. Seguramente, al estudiar nuestra coyuntura y la relación con el Papa, la historia se encargará de encontrar algunas respuestas difíciles de hallar en la actualidad.

Por ahora, sólo un silencio -que dice mucho- es lo que nos deja la última visita del Papa Francisco.

Twitter: @miguelvelarde