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Llegaba nuevamente María a su casa con las manos vacías, rindiendo lo poco que le quedaba de masa con un poquito de queso, freído en el poco aceite aguado, que ya llevaba varios días resolviendo. Las cosas andaban muy mal, y no sólo en su casa. Ya en toda la calle no existían “carajitos” jugando, tampoco las parrandas acostumbradas en la cuadra, cosas que sólo el hambre puede causar. Ella había salido temprano a una cola, como era su rutina desde que tuvo que escoger entre seguir trabajando o alimentar a su familia, pero no llegó a comprar nada de lo que quedaba de productos nacionales, porque para importados no le daba.

Esa noche no le alcanzó para comer, aunque no dijo nada, sus dos muchachos iban a cenar y con eso le bastaba. Su marido llegó tarde, bajaba muy feliz de una reunión del consejo comunal, hablaba de perniles, “tiqueras” y bonos, con los cuales sus problemas quedarían resueltos en pocos días. María ya no defendía la revolución, no podía defender algo que sentía que la había abandonado a su suerte hace mucho. Ella tenía hambre, y sus hijos también, era lo único que sabía todas las mañanas cuando se levantaba y todas las noches cuando se acostaba. Carlos sufría de cambios de actitudes. Cada vez que salía a sus reuniones, regresaba completamente convencido de que faltaba poco para vencer la “Guerra Económica”, pero luego,  la dura realidad de haberse quedado desempleado en el último trimestre del año, lo devolvía al desconsuelo de la pobreza, al menos hasta su próxima reunión.

“Miserables, tienen al pueblo pasando hambre”, decía al ver el nuevo precio marcado de la Harina Pan en la parte inferior del paquete amarillo. María callaba, ella sabía muy bien que desde hace mucho tiempo lo único que había en los mercados eran productos de empresas privadas, las pocas que quedaban, y que las marcas expropiadas solo aparecían de vez en cuando en los intermitentes CLAP, que no llegaban mensualmente. Se levantó de la mesa sin decir ninguna palabra, Carlos entendió que tampoco hoy le tocaba cenar. Se acostó junto a su mujer y le dio un beso en la frente, le dijo que la cosa mejoraría, ella sólo se durmió.

Se paró bien temprano como siempre, e hizo un guarapo con la borra del café de hace unos días, era su desayuno. Manuel, el menor de 3 años, estaba despierto y tenía hambre, sus huesos ya se pegaban de la ropa, ella lo abrazó y le dio un poco de su guarapo. Lo mandó a dormir para quese le pasara el día rápido”, aunque sabía muy bien que era para que olvidara el hambre por un rato. Carlos se levantó, no pudo bañarse pues no salía agua. Su último trabajo fue de panadero, pero desde que fiscalizaron a las panaderías se había quedado desempleado, aunque aseguraba que fueron las protestas de mediados de año, como lo decía el presidente, las que habían ocasionado la crisis que generó su salida. Se despidió de su mujer, con su currículum en mano, a probar suerte en un difícil enero.

María tenía la convicción de que esta vez si podía llevar algo a la casa, era el día que llegaba el camión de la pasta y la harina, sabía que siempre alcanzaba, por lo menos para “dos por persona”. La cola era kilométrica, estaba resguardada en exceso por soldados de la Guardia Nacional, que estaban igual de flacos e igual de insípidos que los demás. Carlos abría algunas bolsas de basura en el camino, de las que estaban afuera de las luncherías, ya no era cuestión de indigentes comer de ellas. No siempre encontraba algo, no siempre comía algo, era más un impulso por el hambre. Aun le daba algo de vergüenza y se cercioraba siempre de que nadie le viera.

La SUNDDE se acercaba al automercado donde María se encontraba, sintió una gran emoción por dentro, hoy podría comprar más comida para sus muchachos. El capitán de la Guardia Nacional, que no estaba flaco como sus soldados, entró con la comitiva de fiscales vestidos de rojo, la gente aplaudía y apoyaba. Desde adentro del establecimiento, “el chino” y sus empleados, que sabían que de esta no se iban reponer, se preocupaban por sus trabajos e ingresos. Míralos, se alegran de ver a sus verdugosdecía una cajera, madre de dos niñas, que temía por su empleo. Entró el capitán y ordenó, fusil en mano, que una cantidad de productos “se guardaran para atrás,  dijo que eran «para los CLAP, que unos soldados lo pasarían a buscar luego». El fiscal gritaba a todo pulmón que bajaría cincuenta por ciento los “precios especulativos, mientras una cámara grababa sus palabras y la reacción de la gente. “Esto va para el ministro”, dijo sonriente.

La gente eufórica, se amontonaba en la puerta del local. Ya no existía una fila, y los ánimos empezaban a caldearse. El capitán aseguró por la parte de atrás su botín de guerra, montado por sus soldados en uno de los vehículos. Ya la situación se había salido de control, la gente había entrado al automercado a la fuerza, los que habían logrado pagar salían corriendo cuidando sus productos, los demás saltaban, golpeaban y tomaban a su antojo todo lo que vieran. Se dio un grito de “orden, seguido de disparos de fusiles, la gente corría por todos lados. “¡Un herido!”, fue lo último que escuchó María cuando empezó a correr lejos de la situación, sin ningún producto y sin su cartera, en la que guardaba el poco dinero para comprar.

Volvió a su casa esa tarde, abrió su nevera y solo encontró agua, pues ni la luz del foco, la cuál ya no encendía. Se sentó en la mesa a llorar desconsoladamente, ante la mirada de sus hijos desnutridos, en su casa ya deteriorada, donde hace días no llegaba el agua, donde hace días no llegaban las migajas de comida para sobrevivir. Unas horas más tarde llegaba Carlos muy sonriente, hablando de un mensaje de texto que le había mandado Nicolás Maduro anunciando un nuevo bono. Sin ver la cara de María, preguntó que había para comer hoy. Ella, que nunca había leído a García Márquez, en una expresión entre tristeza y “arrechera indescriptible, que solo diecinueve años de revolución puede ocasionarle a un venezolano, le dijo:

¡MIERDA!

Coordinador Nacional Juvenil Vente Venezuela – @FSMarcano