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La resignación en Venezuela está creando una sociedad de desquiciados. En casi dos décadas los derechos han sido sistemáticamente coartados. Ha nacido un ciudadano que es “rebelde” en las paradas de bus,  en las largas colas para conseguir algo de alimento, medicina o simplemente obtener algo de efectivo, pero obediente a la hora de protestar públicamente.

Existe miedo, apatía y desconfianza. La gente de a pie reconoce que nada se va resolver protestando pues el resultado de las últimas manifestaciones sólo arrojó muertes y miles de ciudadanos presos, indefensos ante un sistema judicial parcializado y corrupto. Las sociedades bajo un régimen totalitario, a golpe de decretos y controles sociales, engendran un ambiente de sospecha y temor.

A todo esto debemos añadir factores como el desconocimiento jurídico, la ignorancia  y la resignación, responsables de convertir a la mayoría de los ciudadanos en monigotes. Todo ello ha contribuido a la creación de una sociedad de zombies anestesiados. Mientras el venezolano  de a pie siga viendo el juego desde las gradas, nada va a cambiar. Los gobiernos se deben a su gente y no al revés. El cambio somos nosotros mismos.

Las injusticias sociales, sumadas a las tantas imposiciones violadoras de tantos derechos humanos, resultan el mejor método para hacer del individuo un ser sumiso, manipulable. En resumidas cuentas, un zombie. La resignación responde a una actitud de impotencia, de miedo, de cobardía. Algo que en la profundidad, tanto del individuo, como de la sociedad, está íntimamente relacionado con el aletargamiento de la conciencia.

Parece que la historia se repite. Son los mismos con diferentes atuendos, los que quieren escribir ese insistente relato de privilegiados y explotados. Unos, esa gran masa “plebeya” de ignorados, para el sustento de la opulencia y el derroche de unos pocos.

Dicen que la culpa la tienen los banqueros, los ricos y opulentos quienes le hacen la guerra a los que  gobiernan sin que nadie los detenga. Dicen que la panacea de la competitividad nos conduce a una deshumanización preocupante. Dicen que la represión y el encorsetamiento de los medios asustan y anestesia la iniciativa ciudadana. Dicen que la judicatura esta corrompida, y que a los humildes  sólo nos queda contemplar las posaderas de los jueces. Dicen que las fuerzas del “orden”, en lugar de cargar contra los corruptos y las grandes instancias financieras, sacuden a los sin trabajo, a los sin justicia, a los que luchan por el pan…

Y sin duda, se dicen grandes verdades, y se denuncian las grandes calamidades y a sus directos responsables…

Y así será mientras el pueblo no salga de ese estado cataléptico llamado resignación. Es decir, mientras el ciudadano no vivifique su conciencia. El sistema, poderoso en extremo, ha domeñado a los individuos y se ha apoderado, ya no de pedazos de sus vidas, eso es el capital, también de nuestra voluntad social, de nuestra imaginación, de nuestra razón, de nuestros sentimientos.

Los pobres -el ciudadano de a pie- carecen de bancos, multinacionales, jueces honestos, cuerpos de seguridad y ejércitos a su servicio….

¿Qué le queda al ciudadano? La conciencia solidaria. Para reivindicar sus derechos, para denunciar en los medios – en los pocos medios que nos quedan-, para condenar a los que desde el Estado  nos venden, nos humillan o invaden la soberanía con sus negocios turbios y a nuestras espaldas, hipotecando el futuro de nuestras generaciones.

Y nos abruma toda esa sociedad amorfa, sin resolución, sin conciencia, porque sin contar con ella, esto no parece tener remedio. Sometemos nuestra voluntad a los ídolos pasajeros de quienes aceptamos, valoramos e imitamos cualquier cosa que hagan por disparatada que sea, a banderas, colores o papeles sociales, a los líderes de la clase que sea y por el tiempo que la imagen o la moda nos dicten. Nos sometemos a la imagen desmovilizadora, al mundo virtual, es decir, no real, a la huida constante,

¿Entonces qué nos queda? Es la elemental pregunta del millón.

Y probablemente la única respuesta sea, que quiénes poseemos una cierta clarividencia, lo sigamos intentando. La sociedad es compleja, formada por muchísimos individuos con distintos pero similares puntos de vista y diferentes pero parecidas soluciones individuales, éstas se plantean de acuerdo con intereses particulares y para que tengan efectos inmediatos.

Las soluciones colectivas son difíciles, los cambios reales son complejos, pero los cambios serios y profundos no se dan porque no sabemos hacia dónde vamos ni qué dirección tomar. Creemos que los cambios suponen riesgos, peligros, mayores incertidumbres y tal vez pérdidas individuales. Queremos que todo siga igual y aceptamos los cambios en lo anecdótico, en lo superficial, no en lo profundo donde tampoco se dan, la responsabilidad individual desaparece para diluirse en la ley que es social. Nos sometemos a la ley que nos conviene para eludir nuestra responsabilidad.

Debajo de la sumisión late el miedo a vivir en libertad, pues la libertad, facultad de todos los hombres, es exigente en extremo dado el fin que tiene y el camino que debe recorrerse para alcanzarla. La paradoja de nuestra libertad social está en las contradicciones de nuestro sistema social, desde sus fundamentos, que nos aturde, engañan y subyugan. En el sometimiento está nuestra falta de impulso vital verdadero.

La paradoja de nuestra libertad individual estriba en que estamos en el mundo, en la sociedad, pero no somos y no queremos ser hombres libres verdaderos. En nuestra sociedad son inseparables la sumisión y la huida,

Mientras tanto sigamos resucitando la insumisión contra la resignación, sigamos firmes en la lucha, es el único camino que nos hará LIBRES.

Naileth Coromoto Díaz / @CoromotoRomani