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Entre muchos conceptos que la vorágine de la modernidad y la revolución tecnológica nos han traído en los últimos años, pocos son tan poderosos como la posverdad.

Si bien no es una idea nueva, su definición y su estudio lo son. Aunque la palabra ya había sido usada en algunos papers años antes, el término data de principios de esta década y se le atribuye al bloguero David Roberts, en un escrito en el que analizaba el impacto de los medios de comunicación en la opinión pública, influenciada no solamente por una catarata de noticias las veinticuatro horas, sino también ahora por redes sociales que en muchos casos se han convertido en la  principal fuente de información.

Para hacerlo simple, la posverdad es una realidad alternativa que no se basa en hechos, sino más bien se afinca en la emocionalidad, en lo que la gente quisiera que sea real u opta por preferir como verdad, aunque no existan hechos ni ciencia que la corrobore. Por eso no es solo una “mentira”, es mucho más complejo que eso, porque se alimenta de la esperanza y de las aspiraciones de la gente. Es esa verdad que, sin serlo, se convierte en una por la conexión emocional con la gente.

Vaya si sabremos de posverdad en Venezuela. Las últimas dos décadas han sido un ejemplo de ella. Nos han vendido un relato revolucionario y un modelo político, social y económico que supuestamente había encaminado al país a ser una “gran potencia mundial”. La realidad demostró ser todo lo contrario: la nación fue saqueada y dejada en ruinas entre las que hoy transitamos diariamente por las calles.

Fue tal el nivel de manipulación que era inevitable que la mentira se hiciera evidente. Hoy, alrededor del mundo, el “Socialismo del Siglo XXI” ya no usa máscara y es visto como lo que siempre fue: un proyecto político de ficción y engaño para que un pequeño grupo se atornille en el poder y secuestre a todo un país.

Por eso, lo más preocupante a estas alturas ya no es la posverdad chavista, sino la que se construye de la mano de un sector opositor. El diálogo que se llevó a cabo los último días en República Dominicana es el escenario en el que ambos grupos hacen un nuevo intento de darle oxígeno al gobierno.

Si para algo le es útil hoy al gobierno un pedazo de oposición, es justamente para eso: legitimarse no solo ante los venezolanos, sino ante la comunidad internacional que ya no les cree nada.

Sin embargo, a pesar de todo el esfuerzo y los intereses comunes, después de dos días de reuniones solo hubo acuerdo en que no hubo acuerdo. Y el único anuncio concreto es que se volverán a encontrar el 15 de diciembre para seguir intentando construir su propia posverdad.

Lo que debemos preguntarnos es si los millones de venezolanos que pasan hambre y penurias pueden ser, después de tantas malas experiencias, aún sujetos a este tipo de estafas. Que no nos sorprenda que el circo que tienen montado el oficialismo y sus amigos en la oposición esta vez no tenga el éxito de veces anteriores, porque los venezolanos son más conscientes que nunca de lo que tienen enfrente y al lado.

Después de tanto que nos ha tocado vivir en casi dos décadas de “revolución”, aunque parezca increíble hoy en Venezuela estamos viviendo otro capítulo más de esta novela.

Uno que podemos llamar “el diálogo y la posverdad”.

 

Twitter: @MiguelVelarde