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La inversión revolucionaria es una fábrica de estrategias utilizada por la izquierda, para convertir mágicamente lo malo en bueno y lo bueno en malo, mediante propaganda y perseverancia en la sistemática mentira, que las Farc en Colombia mantienen aún cuando las evidencias lógicas demuestran todo lo contrario.

Parece imposible que a una sociedad la convenzan de algo cuyas pruebas son contrarias al discurso, pero en Colombia pasa todos los días.

Cito unos cuantos ejemplos, que seguramente usted, amigo colombiano, ha tenido la oportunidad de notar en estos largos 7 años de proceso con la guerrilla comunista:

– Asegurar que el terrorismo que padece el país es responsabilidad de todos y, en consecuencia, todos debemos ser juzgados, aunque no hayamos perpetrado ningún crimen.

– Arrogarse el derecho a participar del espectro político en condiciones superiores a las de cualquier colombiano, porque bajo la premisa anterior, ellos accionaron su aparato terrorista a causa de nuestra culpabilidad y eso los hace víctimas del Estado.

– Investirse de la calidad de víctimas, por lo cual hay obviamente unos victimarios, que somos todos quienes nos hemos opuesto a sus intereses, que debemos ser castigados.

– Señalar jurídicamente a quienes consideran victimarios, que son por supuesto, todos los actores políticos opuestos y las fuerzas de seguridad que los combatieron.

– Repetir una y otra vez que no son narcotraficantes, porque el tráfico de drogas es solo un instrumento para validar su “legítima rebelión”.

– Cambiar el vocabulario para revictimizar a sus víctimas y lograr sus objetivos de dominación y poder. Así entonces llaman “retención” al secuestro, “protección infantil” al reclutamiento de menores, “impuestos” a la extorsión y “lucha armada” al terrorismo. Es la manera de adoctrinar a la masa para que no le suene a delito nada de lo que hicieron por décadas.

– Conseguir que los despojadores de tierras a sangre y fuego, se conviertan en los legítimos dueños y éstos sean perseguidos mediante artimañas judiciales.

– Invertir los valores éticos, morales, judiciales y constitucionales de todo un país enarbolando la bandera de la paz, cuyo fin no tiene nada que ver con el verdadero sentido de la palabra, sino con el propósito del poder territorial y político y la dominación judicial absoluta sobre quienes nos opongamos.

Y así con sus mentiras y sus delegados en todos los poderes, estamentos y medios de comunicación, y por supuesto con los eficaces oficios de un presidente que ha gobernado solo para ellos, se están enquistando en el poder como víctimas, sin pagar por sus crímenes.

El mejor ejemplo es la condena a pilotos inocentes en la denominada “Bomba de Santo Domingo”, que jamás existió como artefacto aéreo lanzado sobre la población civil, tal y como las pruebas forenses lo demuestran. Pero la justicia retorcida y empeñada en invertir la realidad, desconoce la verdadera Bomba que los mismos guerrilleros han confesado que instalaron en un camión y se les detonó, antes de tiempo. Pero nada vale ante la terquedad revolucionaria enquistada en la justicia.

Como decimos los colombianos: ¡Tras de ladrón, bufón. Les salimos a deber!