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Estamos a poco de cerrar otro año. Aunque parezca mentira, peor que el anterior. Terminaremos el 2017 con males ya conocidos: niveles de escasez de hambre, el salario mínimo más bajo de la región, el valor de la moneda por los suelos y una inflación de más de 1.200%, preludio de una hiperinflación que traería consecuencias devastadoras para la economía.

A una realidad económica muy compleja se suma una situación financiera aún más. Por primera vez una nación petrolera anuncia su quiebra. La noticia de “reestructuración de la deuda total” dada por el gobierno venezolano hace algunos días conmocionó al mundo financiero que, aunque ya advertía que el caso venezolano era inmanejable, recibió con sorpresa la poca seriedad con la que el chavismo está enfrentando este tema, indicador de que vienen tiempos tormentosos para las finanzas del país.

Entre todo lo malo, quizá lo más dramático tiene que ver con la salud del venezolano. El hambre con el que muchos se acuestan y las graves consecuencias a futuro de la mala alimentación con la que tantos niños están creciendo son alarmantes. Expertos advierten que las consecuencias físicas y cognitivas para toda una generación serán terribles. La desnutrición es una condena de por vida.

Pero incluso a corto plazo ya somos testigos de los resultados del colapso de un modelo fracasado: expertos de la Universidad de Carabobo afirman que las numerosas fallas en el sistema de salud público originaron que enfermedades como la malaria, la difteria y el sarampión reemergieran en el país. Esto, en un país que además enfrenta una crítica situación de escasez de medicinas, es la tormenta perfecta para el desastre.  

Mientras el país se cae a pedazos a nuestro alrededor, nuestras élites siguen mirándose el ombligo. Gran parte de la dirigencia opositora pasa su tiempo pensando en cómo vender un “diálogo” que solo le da tiempo y oxígeno al gobierno y unas elecciones municipales que no son mucho más que un circo. En el que, dicho seo de paso, los candidatos de oposición están haciendo el rol de unos tristes payasos.

No terminan de entender que si no se cambia el rumbo, en el mejor escenario recibirán ruinas de lo que en algún momento fue un país; junto al repudio y a la condena de millones de personas que no solo la están pasando muy mal, sino que también están cansados de tanto engaño, de lado y lado.

Los venezolanos están claros, más claros que nunca. Son algunos políticos y sus círculos de influencia los que siguen en un permanente estado de confusión.