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¿Por qué la gente no reacciona? ¿Por qué hemos dejado de marchar, o peor aún, de luchar contra un régimen que no solo pretende imponerse, sino acabar con los valores que sustentan nuestra propia existencia? ¿Por qué no nos rebelamos?

En varias conversaciones me han hecho esas tres preguntas, formuladas de una u otra manera, a partir de discusiones sobre la realidad del país y lo que nos depara el futuro. Curiosamente, son en las despedidas de amigos donde ellas surgen con especial fuerza, sobre todo en la persona a la que estamos despidiendo antes de partir en búsqueda del destino que su país le niega. Pero sin importar el entorno, la clase o el motivo, todos compartimos en el fondo de nuestro ser esas preguntas que cada día se tornan más y más existenciales.

Al principio mis respuestas se apegaban a la ortodoxia, alegando principalmente que aún no habíamos alcanzado un grado de deterioro o colapso que permitiera la movilización y cristalización de la ira en una acción política coherente. Sin embargo, desde el 6 de diciembre, pasando por el 1° de septiembre y terminando en el 26 de octubre, los venezolanos dimos muestras impactantes de fuerza tanto electoral como de calle, demostrando no solo que somos más los que deseamos un cambio, sino que estamos dispuestos a luchar para lograrlo.

Sin embargo, en cada uno de esos momentos sucedió el mismo fenómeno, prácticamente con las mismas características: el colapso de la agenda de lucha bajo tanto errores tácticos y orgánicos –la participación en el diálogo- como por un factor externo clave: la articulación del chavismo en una estrategia clara sobre un objetivo definible, concreto y absoluto: la defensa de su sistema institucional, desde las mafias hasta el secuestro del mismo Estado, como medio para permanecer en el poder.

Ante esa realidad, en la cual las tres preguntas se hicieron más y más frecuentes, mi respuesta no podía ni debía seguir siendo la misma. Fue en ese momento que entendí que, a pesar de que los venezolanos hemos alcanzado un grado de consciencia claro sobre la naturaleza del enemigo que enfrentamos, no tenemos los medios organizativos ni metodológicos correctos para encauzar esa materia prima que es la consciencia. En otras palabras, a pesar de entender el sentir de los ciudadanos, no somos capaces como opción política de canalizarlo en ámbitos de lucha viables.

Así que, ante la fuerza de los hechos, tuve que admitir que los demócratas no teníamos los medios para librar la batalla por la libertad, o que incluso no teníamos claridad respecto a que lucha queríamos dar. Ante tal respuesta muchos me respondieron con resignación, otros con tristeza y algunos con ira ante lo que consideraban un fait accompli, un hecho acontecido e insalvable: la victoria del régimen. Sin embargo, en esa respuesta obvian un factor fundamental de esa realidad: su temporalidad, pues si bien hoy esa es la realidad, no es una condición determinante para que mañana no seamos capaces de revertirla con un sentido de oportunidad claro.

Es en esa transitoriedad que debe desarrollarse nuestra acción política, donde Vente debe ser capaz de lograr lo que nadie ha podido: ser una herramienta de lucha capaz de unir las diversas batallas individuales de nuestros ciudadanos en un marco tanto metodológico como ideológico capaces de sostenerse más allá de la simple derrota de la dictadura. Sí, hoy los caminos son pocos, el poder del opresor parece insuperable y nuestras contracciones insalvables, pero esa realidad ha derivado de errores que al ser superados derivarán en fortalezas que podrán superar cualquier obstáculo.

Nuestro planteamiento, nuestra acción, nuestra lucha debe orientarse hacia la armonización del diagnóstico político –el carácter dictatorial del régimen- con las formas de lucha que empleamos contra ella. Debemos ser tajantes en la construcción de un Partido que trascienda los espacios de lucha clásicos de nuestra política electoral, creando estructuras de acción que tomen esa consciencia y la transformen en una acción individual, ciudadana y profundamente política que enaltezca los valores que representamos, con objetivos y referencias claras en el marco de una visión global y estructurada acerca de lo que entendemos debe ser no solo el gobierno, sino la nación y los ciudadanos que vivimos en ella.

Debemos ser capaces de decir que la salida de Maduro, del chavismo y de todo lo que representan no es sino un medio para el verdadero objetivo: la liberación de todos los venezolanos bajo un nuevo régimen de libertades que los respete, enaltezca y apoye en la construcción de sus vidas en libertad. Pero más importante, debemos ser capaces de guiar al resto de las fuerzas que desean un cambio político a través del ejemplo, demostrando porque la lucha franca, real y abierta contra el chavismo es el único camino viable para la salvación de nuestra nación.

Siento que cumpliendo con lo anterior seremos capaces de salir de esta encrucijada que la historia nos ha planteado, encarnada en esas tres preguntas que tantos se hacen y para las que sé que nuestro Partido tiene la respuesta. Queda de nosotros demostrarlo.