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Hay hileras de desasosiego en la ciudad, de sueños desvelados y estómagos famélicos, de corazones tronchados y noticias infaustas, de ojos trasnochados y manos saciadas de precariedad. Hay hileras que se hallan en toda ubicación, bajo el suplicio y la feroz condena de afrontarse a una tenaz búsqueda de sustento que, debe realizarse sin falta, cada septenario de días, después de la jornada correspondiente. Hay hileras, todas ellas, ávidas de libertad, y taciturnas en el transcurrir de días aciagos sin ella.

Hay hileras de niños, que nacen en un país que, día tras día, fenece en la miseria. Hay hileras de padres, que padecen una inefable congoja a diario, pues frecuentemente, degustan el acíbar del bajo poder adquisitivo. Hay hileras de madres, que tienen el aflictivo cometido, de dar sepultura a los cadáveres de sus hijos batidos. Hay hileras de juventud que, nostálgicos tienen que partir entre sollozos, pues no saben cuándo han volver, y si han de volver. Hay hileras de abuelos, que viven su senectud, sin el júbilo de aún existir bajo el empíreo de ésta suntuosa tierra.

Hay hileras que, con su verdor en la indumentaria e insignias que reconocen más la abyección que el mérito, se constituyen firmes en una formación, entre gestos adustos e indolencia patente; hileras que han sido ataviadas con consignas que han hecho gobernar y mantenerse a los déspotas. Hileras en genuflexión ante un mando tiránico, que a diario, amenaza y amordaza. Hileras ciegas y lánguidas, que han enajenado sus ideales por una situación holgada, que les subyuga ante todo.

Hay hileras de estudiantes hastiados, que han intentado adiestrar y sojuzgar, e hileras de educadores y profesionales fatigados, que no se hartan de doblegar y humillar. Hay hileras de críticos vilipendiados y disidentes secuestrados. Hay hileras de ciudadanos convertidos en masas, aleccionadas y seducidas con las mieles de lo que puede ofrecer la palabra, y ulteriormente, defraudadas ante lo que desnuda la descarnada realidad.

Hay hileras de mandatos arbitrarios, que quebrantan el libre albedrío; hay hileras de palabras en un discurso, que expolian diseños de futuro, y que arruinan bienes de abolengo despojados. Hay hileras de jueces sin juicio; hay hileras de muertos sin defunción en las celdas. Hay hileras de manos que aplauden el deceso de la democracia.

Hay hileras de adeudos por saldar. Hay hileras de bajeles en el mar cerúleo, atiborrados del oro negro, aquel que siembra expectativa, pero cosecha vicios en los gobiernos. Hay hileras de monedas que mañana no valdrán, y es que hoy ya no alza el vuelo el Turpial, que cabizbajo vacila, mientras la Orquídea, triste se marchita, observando que el Araguaney no florecerá, pues las hileras no decrecerán, y no han de pronto cesar.

 José Alberto León

@josealleon