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Lo que vivimos hoy no llegó por sorpresa. Fueron muchas las voces que desde muy temprano en el proceso chavista empezaron a advertir sobre el rumbo que éste iba a tomar.

Muchos no creyeron y otros se negaron a creer. Los primeros, porque estaban casi hipnotizados por un caudillo como lo fue Hugo Chávez, al que hay que reconocerle su habilidad para convertir la mentira en sueño y esperanza para los más necesitados. Los otros, los intelectuales e incluso una clase media que en teoría debería haberse percatado de lo que ocurría antes, prefirieron negarse a ver la realidad porque, quizás, era muy dura como para enfrentarla. “No vale, yo no creo”.

Pero el problema con las desdichas es que aunque uno no quiera verlas, tarde o temprano tocan a nuestra puerta. Y eso fue lo que ocurrió en Venezuela. Incluso para los mayores fanáticos de la “revolución” o para los escépticos de la tiranía, hoy es imposible desconocer que la desgracia que se vive en el país es real y que pudo haberse evitado.

No nos alcanzarían las palabra para describir el desastre en el que este modelo y un gobierno que no gobierna han convertido al país. La vida de las personas se mide en su nivel de miseria. Mientras la cara de Venezuela en el mundo es la crisis, la violencia, la corrupción y la mentira.

Del lado opositor, los tres partidos que han secuestrado a la MUD también han hecho evidente que, por incapacidad o inmoralidad, no merecen la confianza de la gente. Desde las elecciones parlamentarias del año pasado, en menos de un año, han logrado lo que parecía imposible: desperdiciar un capital político y un apoyo popular sin precedente.

Esos dos grupos son los que hoy están sentados en una mesa de diálogo con el futuro de Venezuela en sus manos. Ellos, que ya no representan a la gran mayoría de los ciudadanos, pasan sus días contándonos lo bien que vamos mientras nosotros sabemos que peor no podemos estar. O quizá sí, mientras nuestro destino siga en sus manos.

En todo caso, llegamos a donde llegamos por culpa de otros y complicidad nuestra. Porque como ciudadanos preferimos mirar a otro lado antes que enfrentar la cruda realidad; porque muchas veces es más fácil ignorarla verdad que tener que decirla.

Sin embargo, a pesar del miedo y los riesgos, cada venezolano debe comprender que si no se involucra en el rescate de su país, lo perderá por mucho tiempo. Ya no se trata de un proceso o un periodo de gobierno, estamos hablando de que el tiempo de Venezuela se mide hoy en una generación perdida.

Nuestra generación.

@MiguelVelarde