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Hoy se palpan las consecuencias del “Socialismo del Siglo XXI” en la calle y se evidencia en escasez, inflación vertiginosa, y por supuesto la gran barrera que el Estado impone en nuestra vida diaria. Cada vez que queremos emprender, o simplemente comprar algo, hay que superar con una sonrisa condescendiente los cientos de obstáculos inútiles que la burocracia nos impone. Esto nos ha llevado a lo inevitable, a la hambruna y la calamidad, una situación que solo se podía imaginar en algunos países africanos, pero que ya la mayoría superó.

Esta situación permite a los ciudadanos entender que la intervención del gobierno está atada a la desgracia y al totalitarismo, y su raíz yace en el resentimiento. Sin embargo, este año vemos como en otros países, un creciente número de personas acepta el socialismo en vajilla de plata, pero con un nombre distinto. Irónicamente, la izquierda nunca se queda sin ideas creativas, como un gran emprendedor dispuesto a vender su producto, una práctica contraria a los resultados de su ideología.

En Estados Unidos, a partir del movimiento “Occupy Wall Street” (Ocupar Wall Street, la famosa calle en Nueva York donde están las sedes de bancos y de la bolsa de valores) un sector de la población está dispuesto a despojar de sus pertenencias al 1% más rico y distribuirlas al resto, y además pretenden imponer su voluntad por el hecho de ser mayoría.

Pero Estados Unidos no está aislado en esta batalla contra la izquierda radical, España es otro ejemplo de un país en el cual un sector ha decido abocarse a luchar por despojar de sus pertenencias a otro, representado por el movimiento de “Los Indignados”. La explosión de movimientos como los de Occupy Wall Street en Estados Unidos, los Indignados en España, y decenas de protestas en otros países con el objetivo de reducir la “desigualdad de ingreso o riqueza” es una señal que ha de preocuparnos, porque es precisamente la igualdad de ingreso y riqueza lo que el socialismo del siglo XXI quiere y está logrando en Venezuela haciendo a todos los ciudadanos pobres y miserables.

La idea de la redistribución de la riqueza es la que se aplicó en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la que llevo a la hambruna y calamidad a millones de personas. Redistribuir la riqueza o el ingreso es perjudicial económicamente, e incorrecto desde el punto de vista moral. Impuestos altos a mayores rentas solo llevan a la fuga de capitales y a menores ahorros y más gasto, por lo tanto, menos inversión y empleo. Asimismo, impuestos a la acumulación de riqueza derivan inmediatamente en la movilización de las fortunas a paraísos fiscales. ¿Quiénes se perjudican? La clase media y baja que no pueden movilizar sus ahorros y que ya no consiguen trabajos que les permitan mantener su calidad de vida porque ya no hay suficiente inversión.

Por otro lado, redistribuir los ingresos y la riqueza es también inmoral porque implica que el trabajo de unos tiene menor valor que el de otros, por lo tanto, que los que deben dar “involuntariamente” deben ser castigados, mientras los que reciben son implícitamente catalogados como incapaces de lograr dichos niveles por su cuenta.

Friedrich Hayek dijo “La única forma de cambiar el curso de la sociedad será cambiando las ideas”, y nosotros como liberales y demócratas debemos persuadir a estos grandes segmentos de la sociedad sobre que la libertad económica y política, así como la igualdad ante la ley, son los únicos medios a través de los cuales todos y en especial ellos mismos pueden mejorar su calidad de vida y convivir pacíficamente en sociedad.

@DanielDiMartino