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En estos 17 años los venezolanos nos hemos adaptado a la eterna diatriba entre chavistas y opositores, no hay calle, transporte público, o lugar de esparcimiento en donde no encuentres una airada discusión política.

Hace un año atrás seguro te encontrabas con ese fanático de la revolución que defendía el proceso a capa y espada, seguramente apoyado por otros tantos camaradas que justificaban cuanta locura hicieran desde Miraflores. Hoy otro gallo canta, la realidad es otra, Venezuela es otra.

Las calles están llenas de ciudadanos cansados de la agobiante situación; madres desesperadas por encontrar la comida para su familia, abuelos que no encuentran la pastilla de la tensión, y el que tampoco consigue el antibiótico, el antidepresivo, el inhalador para el asma, o el anticonvulsivo. Como este chamo de 25 años que se montó en la estación Colegio de Ingenieros del Metro de Caracas, estaba visiblemente afectado, de su rostro emanaba angustia. Su capacidad motora no estaba en las mejores condiciones, y sus brazos mostraban secuelas de algunas fracturas.

Entre espasmos corporales y las sacudidas del metro logra estabilizarse, claramente incomodo observa a quienes se encuentran en el tren. Lleva en su brazo una pequeña bolsa negra con algunos billetes, mientras muestra la caja vacía de un medicamento –amigos estoy buscando fenobarbital- dice, con una voz temblante.

No parece ser uno más de los tantos que se montan a diario en el metro, o en la camionetica pidiendo dinero para “la niña que está en la habitación 10 del piso 3 del Hospital de niños”, ni el que asegura que le faltan 500 bolívares para completar el tratamiento de quién sabe cual enfermedad, y mucho menos al supuesto padre del “niño al que anoche le cayó una bala perdida en Petare”. A este joven  se le nota la desesperación, la vergüenza de la situación en la que se encuentra, y su manera de hablar y desenvolverse dan fe de la condición que señala.

“No estuviera tan preocupado si me quedara por lo menos la pastilla de las 5, estuviera un poco más tranquilo”, dice con la voz entre quebrada.

Y ya con un hilo de voz, suelta, “miren, yo no encontré en ningún lado el medicamento genérico, me dicen que está agotado en todo el país, pero conseguí otro, y no tengo los 3900 bolívares, amigos, yo lo que no quiero es convulsionar hoy, no quiero fracturarme de nuevo los brazos”.

Sé, que como a mí, a muchos ahí se les detuvo el corazón un par de segundos, cosa que no es común en una ciudad en donde cada minuto se te acerca alguien con una historia y una situación diferente. Sin rememorar tanto, dos estaciones anteriores se subió un hombre pidiendo dinero para completar para un antibiótico, tenía dos heridas de bala en su cuerpo; una en el pie y otra en su abdomen, heridas recientes, heridas que estaban infectadas, y nadie en el lugar se impactó.

Recuerdo como hace un par de semanas mientras esperaba en una parada de autobuses de Caracas, una persona del interior del país que estaba adelante en la fila,  voltea y me dice luego que pasara un señor mayor pidiendo dinero, “¿en esta ciudad todo el mundo es así? Desde que venía en el Metro, hasta aquí ya perdí la cuenta de cuantos me han pedido real. La mayoría en mejores condiciones físicas que yo, que pueden estar trabajando en vez de estar pidiendo”.

Es así como Venezuela, esa hermosa tierra, rica económicamente, en paisajes, en gastronomía y su gente, pasó a ser un país de personas con las mano extendida, no para ofrecer su ayuda, sino para pedir; unos realmente porque es su única opción, otros por sinvergüenzas, y todos por un gobierno que indujo a la sociedad a eso.  Un régimen populista que acabó con el poder adquisitivo de las personas para que le pidieras la casa y el carro, que expropió las grandes productoras de alimentos y ahora tienes que pedirle la bolsita de comida, que acabó con las farmacéuticas para que le pidas el medicamento. Nos convirtió en una sociedad de mendigos.

Hemos tenido que pasar por todo esto para que la ciudadanía haya empezado a comprender la realidad de las cosas, la magnitud de sus consecuencias, y quien es el verdadero responsable.

“Vamos a ver si tu sabes quién está mandando aquí” – le decía un hombre a otro que le responde decidido, “Maduro”-. “No chico, tu tío Diosdado es el que está mandando, hay que quitarse la ignorancia de que lo que está pasando es culpa de la oposición”, comentaban dos señores bajando la Caracas – La Guaira, ahí llegando al Boquerón 1, en donde “casualmente” se quedó accidentado el 27 de julio un autobús de la Alcaldía de Vargas, de tal forma que obstruyó ambos canales de la vía dirección Caracas. “Eso fue el régimen que trancó la vía para que la gente no pudiera subir a marchar”, dice el chofer.

Así vamos Venezuela, cada día son más los que abren los ojos, y menos los que podrán ver la nueva Venezuela: porque no consiguieron la medicina, no completaron para comprarla, o porque la inseguridad los cegó.

@ismaelgabriel22