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Si algo me quedó claro esta semana, particularmente durante mi recorrido por Guatire, en el estado Miranda, es que hemos pasado un umbral, un límite: La indignación superó a la paciencia. Es algo notable considerando que durante todos estos años los venezolanos hemos demostrado que somos un pueblo pacífico y democrático, aún a pesar de que la violencia, la pobreza y la degradación moral han sido política de Estado durante 17 años. Sin embargo, hay algo frente a lo cual el ser humano no puede resistirse, y eso es el hambre; y ni siquiera hablo del hambre propia, sino del hambre de un hijo. Ese es un límite frente al cual no es posible someter a un ser humano. Y este régimen nos ha empujado hasta allí. Por eso, cada día que pasa se nota el cambio en el ánimo, la actitud y en el discurso de la gente. Se ha producido un quiebre, aunque algunos no quieran verlo.

Frente al Hiperplaza de Guatire estaba un enorme grupo de personas, mujeres en su gran mayoría, que a esa hora, pleno mediodía, llevaban hasta 36 horas esperando en una cola para comprar comida, “lo que haya”. Durante esas horas les llovió cuatro veces encima, y lo más duro es que regresaban a sus casas sin nada en las manos, porque simplemente no hay comida que comprar. “Meses sin darle leche a mis muchachos”, me dijo una madre de 3 varones, “a veces una logra conseguirla bachaqueada, pero ya a 5.000 bolívares. Cuando hay, no la puedo pagar… Nos estamos muriendo de hambre”, decía indignada.

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Una madre que enfrenta la mirada de hambre de su hijo es capaz de todo. Quien lo dude, que se lo pregunte a las guerreras de Ureña… Y a eso es lo que nos ha llevado este régimen, y lo ha hecho conscientemente. Cuando Maduro rechaza la ayuda humanitaria que nos ha ofrecido la Iglesia Católica y otros organismos internacionales —miles y miles de kilos de alimentos y medicinas que estarían ya hoy repartiéndose en el país—, no es solo es la demostración de su indolencia y maldad, sino que refleja la perversidad de un sistema que prefiere ver a un país arrasado antes de perder el poder.

Guatire es una comunidad hastiada y dispuesta a todo por conseguir comida. Y de una vez.

La sociedad venezolana en su desesperación deja de escuchar razones, y de esperar soluciones de un acuerdo político cuyos plazos no entienden del hambre ajena. Este es un sentimiento muy, muy peligroso, que si se desborda llegará a desconocer a quien sea, al régimen y sus cuerpos de seguridad o incluso a quienes pretendan, en una negociación de espaldas al pueblo, darle oxígeno al sistema que provocó todo esto.

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Las guerreras de Ureña nos demuestran de lo que es capaz un pueblo cuando se organiza para hacer valer sus derechos. Esa es la rebeldía que surge de la indignación frente al descaro del régimen, cuya única respuesta al hambre ha sido negarla, reprimirla o burlarse. La gente no acepta más burlas. No más cinismo y crueldad del estilo “cuando se acabe el mango, coman mamón”. ¡¿Cómo se les ocurre?! Me lo decía Yadira, una joven madre guatireña, con indignación: “Yo estoy desde las 5 de la mañana de ayer aquí. Ya voy para día y medio esperando. ¿Cómo es posible que nos digan que comamos mango?”

A estas alturas, no hay lugar posible para el chiste o el sarcasmo; nuestra gente muere de hambre. Y el hambre no espera. Estos no son juegos, Maduro.

@MariaCorinaYa