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El reto que tiene la democracia venezolana en tiempos como este es de dimensiones existenciales, pues no hay posibilidad ni salida a la crisis sin el cese inmediato de un gobierno que ya no responde a las necesidades de la gente, de libertad, bienestar social, calidad de vida, salud, empleo, seguridad y especialmente tolerancia a la pluralidad del pensamiento, al disenso de las ideas y aportes para construir un verdadero concepto institucional de la república.

Ahora bien, ciertamente la expresión ciudadana de las elecciones parlamentarias trajo consigo una mayoría abrumadora de 112 diputados, que en la mejor de las encuestas o en el más optimista de los pronósticos no estaban en el imaginario publico, pero así sucedió, eso dibujo la gente con su voto, un clamor absoluto de encontrarle buen puerto a sus esperanzas de cambio, al anhelo reprimido durante casi dos décadas de tener voces que hagan valer sus reclamos de un país mejor, aunque voces nunca faltaron, pero fueron perseguidas, apresadas, exiliadas o aisladas en su incesante intento de mostrarle al mundo el rostro de la dictadura, y es allí donde debemos detenernos, y pensar un momento en el donde estamos y hacia donde vamos, pues el totalitarismo en sus diversas facetas no se detiene tan fácilmente.

El caso venezolano es uno de los epitomes del despotismo moderno, cubierto de una fachada democrática pero dispuesto a barrer con todo a su paso al mejor estilo de la impronta socialista del siglo XXI, el llamado chavismo, aunque contradictorio y confuso ideológicamente, si algo demostró es su conducta tendenciosa a la tiranía, en cualquiera de sus presentaciones, política, jurídica, económica, mediática y hasta reverencial, es que un depredador no puede ocultar su naturaleza, es por ello que la sociedad civilista, profundamente democrática y los factores políticos que la representan, no pueden ser la gacela rauda y veloz, dueña campante de la pradera, pero que espera confiada que la jauría de hienas dejen de acecharle si encuentran la oportunidad de herirle.

La tarea de hoy es mucho más compleja de lo que se piensa, pues la coexistencia de la nueva asamblea con poderes gubernamentales tan írritos como su clara parcialidad política en favor de las tácticas oficialistas, predispone las condiciones favorables para la gobernabilidad, lo cual luce y se ha probado impracticable frente a un TSJ nombrado bajo intereses del partido de gobierno, un CNE que suele perder frecuentemente su papel de arbitro ante el ventajismo, un poder moral cuya solvencia ética tiene tantas deudas que pagar, y finalmente un poder ejecutivo que solo tiene como capacidad infinita, su vocación destructiva del aparato productivo y la imposición de uniformidad de criterios que giren en torno a el, valiéndose en múltiples ocasiones de las más burdas estrategias que propician la violencia, la anarquía y la incontinencia del odio como sustento de su piso político.

La convivencia misma de los venezolanos bajo este grado de polarización, hace fundamental, necesaria, pero sobretodo impostergable la llegada de la transición, lo cual no es un proceso fácil, requiere de organización, pero especialmente de disposición, por tal motivo, tanto la asamblea nacional como cualquier espacio ciudadano de articulación de esta lucha, debe estar al servicio de la generación de un nuevo país, lo cual en ningún caso es sencillo, no lo fue para la concertación chilena, ni para la lucha sindical de Walesa en Polonia, o para la España que supero el franquismo, como no lo es para cubanos, sirios o ucranianos bajo la orbita del militarismo y los intereses del poder, cuando lo realmente importante de cada una de esas lecciones, y para el ejemplo venezolano, es el menester en términos de la formación de una fuerza social que pueda enfrentar a la dictadura, o ésta se prolongará mientras cuente con recursos para sus atropellos, por lo que mas vale reflexionar sobre aquella máxima de Thoreau «Las cosas no cambian; cambiamos nosotros», y en Venezuela sin desmeritar cualquier ayuda adicional, solo nosotros podemos tener un compromiso con el cambio, de abajo hacia arriba, y resueltos a refundar nuevamente los cimientos libertarios de la democracia en todo su esplendor, dejando de lado la descomposición actual, que debe ser cercenada de raíz para no dar más respiro a este moribundo estilete de gobernar, que tanta miseria alojó en el alma del pueblo, ya que la transición es ahora, y citando al prócer más deformado por estos tiempos, vacilar es perdernos.

Twitter: @Daniel_Merchan