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Contra todo pronóstico las fuerzas democráticas de Venezuela alcanzaron un triunfo contundente. La inmensa mayoría de los venezolanos dijeron a viva voz que quieren un cambio y, además, están dispuestos a defenderlo. Con el logro de una mayoría calificada, hay mucho por pensar y hacer. Pero seamos realistas: no podemos empezar mal.

Ni Maduro ni su régimen son democráticos, ni el CNE es ahora imparcial, ni la justicia está ciega, ni la persecución ha cesado. Mucho menos han terminado las violaciones a los derechos humanos, ni la crisis económica se ha solventado, ni las balas han dejado de gobernar. Maduro sigue siendo Presidente y, utilizando las palabras de los propios derrotados, la oposición debe saber administrar su victoria, pues el Estado mafioso, débil por demás, sigue de pie. Aún falta mucho para el 5 de enero de 2016 y ellos tienen todavía el poder absoluto.

Las elecciones del 6 de diciembre y sus resultados no pueden servir para avalar la impunidad y el olvido de crímenes y delitos. Tampoco puede ser excusa para darle estabilidad a quienes claramente deben irse. La inmensa mayoría de votos tienen un dictamen claro: deben dejar el poder; y la mayoría de curules obtenida también da un dictamen claro: deben hacer que se vayan lo antes posible.

Estamos bajo un régimen que llevó a Venezuela a su peor crisis histórica. Pretender que deben gobernar hasta el 2019 es, cuando menos, una irresponsabilidad. Pretender cohabitar, siendo mayoría, es concederles la razón y legitimar sus abusos frente a millones de venezolanos. Una mayoría de tal magnitud no debe ser cómplice de una minoría corrupta que está atada a todo aquello que ha llevado a nuestro país a la más cruel ruina. Cohabitar teniendo nosotros la mayoría es convertirnos en la minoría sumisa del poder.

Pero tampoco la victoria opositora puede significar la adjudicación de triunfos individuales partidistas que pretendan hegemonizar una visión que el resto de los opositores no compartan, ni decisiones de lo que la mayoría del país votó como señal de cambio. No es momento de interpretar el cambio desde un partido, sino desde la inmensa cantidad de venezolanos que sencillamente claman una cosa que da paso a todas las demás: libertad.

Una mayoría que no sepa llevar adelante el mandato que le fue otorgado puede terminar legitimando todo aquello por lo cual luchábamos en contra. El mundo debe entender que esto no se trata de una fiesta democrática, que el hecho de que haya ganado la oposición (porque realmente no había otra opción posible, salvo la del fraude) no significa que Maduro y sus séquitos no deban pagar por sus delitos y no significa que las cláusulas democráticas en materia de defensa de la democracia no deban ser activadas.

Por el contrario, podríamos estar al borde una ingobernabilidad que entre represión y mayoría opte por la violencia y el descrédito, pues claramente es la única arma de quienes están en el ejecutivo. Afortunadamente quienes nos acompañaron desde el exterior, entre ellos seis expresidentes, claramente saben lo que ocurre y seguirán siendo vivas voces de nuestra lucha, pero no es suficiente. Aunque el mundo esté cambiando su percepción hacia Venezuela, hay que continuar denunciando lo que ocurre.

Tampoco es momento de señalar a quienes siguieron principios y valores claros, apoyando a TODOS los candidatos de la Unidad pero también a aquellos que eran cónsonos con el espíritu que la nueva Asamblea Nacional debía y debe tener. Apoyar cogollos, candidatos importados, imposiciones de gente que se cree dueña de estados y luego acusar a quienes no se hicieron cómplices de eso, es bajo e irresponsable. Es dividir bajo la falsa idea de la división contraria, es pretender romper y excluir a voces duras, contundentes e importantes en un momento en el que todos son relevantes y necesarios. Es copiar al calco lo que el chavismo hace, pero desde la oposición.

Ya escuchamos a algunos voceros decir que la violencia fue derrotada y que se demostró que un régimen no democrático se puede derrotar democráticamente. A esos voceros, que además fueron y han sido poco solidarios con los presos políticos y con los fallecidos, ignoran que gran parte de la debilidad y el costo político para Maduro y su régimen se debió a la represión y a la persecución política que las protestas generaron. Quizá de haber seguido en la normalidad apaciguada, otra realidad estaría presente hoy. La falta de solidaridad es un mal augurio para una mayoría parlamentaria.

Hemos dado un paso importantísimo en la reconquista de la libertad. Hemos entendido la importancia de hacernos respetar. Es momento de que nuestros representantes también lo entiendan. La nueva Asamblea Nacional debe encaminarse, sin lugar a dudas, hacia la transición a un régimen verdaderamente democrático, no uno de coexistencia entre demócratas y no demócratas. Si quienes han abusado del poder quieren ser parte del juego, que sea desde la democracia y no desde una suerte de bipartidismo “PSUV-MUD”, que sólo sirva para debatir y distraer la crisis.

Este régimen está débil, es autoritario y es mafioso. Ahora transferirán parte de su ineficacia e ineficiencia a un parlamento que lo controlará. Es una especie de fiera herida, que usará todo su poder previo a la entrega de la AN, y luego se victimizará atándose de manos y acusando a los demás, como siempre hace, de sus fracasos. Por lo tanto, no es momento de salvar a quien debe irse. Es momento de comenzar a discutir, en serio y con todos, absolutamente todos quienes son parte de  las fuerzas democráticas, estén en la Asamblea Nacional o no, cuál es el camino más expedito para la salida del régimen. Todo lo que escape de ello, será estabilizar la tragedia.

Debemos reconocer a los candidatos electos y su trabajo, a los perdedores y su esfuerzo,  a los inhabilitados que pese a eso se olvidaron de un cargo y recorrieron todo el país en apoyo de los candidatos, sorteando cualquier clase de atropellos y traiciones dentro del propio seno opositor, a los que estuvieron detrás de cada minuto invertido y, por supuesto, a la inmensa mayoría que habló con firmeza y que defendió su voto hasta el final. Es el momento de que los liderazgos hablen desde la mayoría que somos, que actuemos en consecuencia; es momento de que seamos más.

Que no sirva esta elección para lavarle la cara a Maduro frente al mundo; por el contrario, que sirva para que la careta de demócrata más nunca se la pueda poner.

Será tarea de la nueva Asamblea Nacional enrumbar definitivamente el cambio o, por el contrario, anclarnos en el pasado en nombre de un “cambio” gatopardiano. Será tarea del nuevo parlamento guiar al país hacia un nuevo sendero o hacia la tiniebla. Lo primero que deben entender es que Unidad no es unanimidad, que todos son necesarios y que dimos el primer paso para afianzar el cambio confiando en que nuestros representantes harán lo propio… ¡No empecemos mal, por favor!

Twitter: @Urruchurtu